A ver quién se calza esos zapatos


Camila Henríquez Ureña

Camila Henríquez Ureña

En la incesable labor de búsqueda de materiales de la lexicografía he releído estos días el artículo “La mujer y la cultura” de Camila Henríquez Ureña, publicado en el número 13 de la revista Lyceum de La Habana, allá por 1939, y recogido en la antología Dos siglos de literatura dominicana (S. XIX-XX), Prosa (I), editada por José Alcántara Almánzar en 1996.

La lectura de un texto bien escrito siempre provoca la reflexión, que, aparte de lo meramente lexicográfico, derivó a la validez, cuando celebramos el 121 aniversario de su nacimiento, de los razonamientos de Camila Henríquez Ureña. Desgraciadamente podemos seguir suscribiendo, en 2015, sus palabras:

«El verdadero movimiento cultural femenino empieza cuando las excepciones dejan de parecerlo».[1]

Su todavía de 1939 sigue manteniendo el valor temporal y, nos preguntamos, ¿por cuánto tiempo?:

«La mujer tiene todavía grandes luchas que luchar para lograr la paridad ante la ley y ante la vida».[2]

Hace unos años escribí un artículo titulado “El sexismo en el lenguaje” en el que reflexionaba sobre este asunto. La defensa en nuestros tiempos de un supuesto “lenguaje no sexista” ha llegado a extremos grotescos. Decía en esas páginas que me disgusta que pretendan obligarme a sentirme discriminada o discriminadora; me incomoda que me obliguen a ver en el uso del masculino genérico un uso discriminatorio que no he sentido nunca. Y no soy la única. Comparto esta postura con escritoras, historiadoras, lingüistas, periodistas e investigadoras. Estoy segura de que también la comparten muchos hombres que, por otra parte, deberían sentirse igualmente ofendidos porque se les prejuzgue discriminadores. ¿Qué autoridad ética se atribuyen los defensores de esta “supuesta” expresión no sexista para decidir que el uso tradicional y correcto de un sistema lingüístico es discriminatorio?

Releyendo a Camila Henríquez Ureña descubro que, en un par de líneas, desde aquel 1939, sabe ponernos en nuestro sitio. En pocas palabras y con clarividencia demuestra qué es el género masculino (que no el sexo):

«La mujer llega a la cultura cuando empieza a ser un hombre (no digo varón); cuando puede repetir las palabras de Terencio: “Hombre soy, y nada humano puede ser ajeno a mí”».[3]

Pero para hablar así, con esta grandeza, quizás hay que ser Camila Henríquez Ureña, y a ver quién se calza esos zapatos.

[1] HENRÍQUEZ UREÑA, Camila, “La mujer y la cultura”, en ALCÁNTARA ALMÁNZAR, José (ed.), Dos siglos de literatura dominicana (S. XIX-XX), Prosa (I), Santo Domingo, editora Corripio, 1996, pág. 311.

[2] Opus cit., pág. 313.

[3] Opus cit., pág. 312.