Cervantes y la lengua


IMG_2068Reconozco que la lengua española es una de mis grandes pasiones. La lengua materna, parafraseando a don Quijote, «la lengua que mamamos en la leche»,[1] es quizás nuestro mayor patrimonio afectivo y cultural. Leyendo a Gregorio Salvador y sus Noticias del Reino de Cervantes supe que fue el venezolano Arturo Úslar Pietri el que acuñó esta hermosa denominación para los territorios en los que hablamos español: el Reino de Cervantes. Me uno con fervor a los leales súbditos de este reino. Pero mi pasión por Cervantes y por su obra va un paso más allá: me confieso devota de Miguel de Cervantes y he elegido a Don Quijote de la Mancha como mi biblia personal.

En 2005 con motivo de la conmemoración del cuarto centenario de la publicación de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha recordé en la Academia Dominicana de la Lengua que fueron Cervantes y su Rinconete y Cortadillo los que me trajeron por primera vez a la República Dominicana. Tanto que majareteó Cervantes un cargo en aquellas promisorias Américas que lo sacara de apuros y que le brindara la estabilidad que no le habían sabido dar las letras. América le quedó siempre lejos a Cervantes, pero, como suele suceder a menudo, los hijos llegan donde los padres no pudieron llegar. El «hijo seco, avellanado y antojadizo» de Miguel de Cervantes llegó hasta estas nuevas tierras. Porque el flaco hidalgo manchego cruzó la mar océana en las inhóspitas bodegas de aquellas naos de la carrera de Indias: la primera travesía, con destino a Cartagena de Indias, solo un mes después de que las librerías de Madrid la mostraran en sus estantes en 1605.

En esas mismas bodegas navegó, no siempre a resguardo de temporales, la lengua española. Los pasajeros a Indias trasladaron consigo el bagaje de un patrimonio común que hoy seguimos celebrando y defendiendo.

 

La lengua es historia y es vida. El cambio forma parte de su esencia. Las lenguas cambian cuando se extienden, cuando se encuentran con otras lenguas, cuando tienen que nombrar otras realidades, cambian para expresar a los que las hablan, cambian para seguir existiendo. Y la lengua española ha experimentado todas las condiciones históricas que puede experimentar una lengua para cambiar. Desde su nacimiento en un pequeño valle norteño de la Península Ibérica, pasando por su expansión desde tierras castellanas a lomos de la Reconquista y su salto a las Islas Canarias, hasta llegar a bordo de unos barcos, que hoy nos parecerían cáscaras de nuez, a estas tierras americanas que constituyen hoy su presente y , sin duda, su futuro.

Cervantes y la lengua española fueron patrimonio del pueblo español primero y ahora patrimonio de todos los pueblos de habla española. Nuestra primera novela gozó desde siempre del beneplácito de los lectores. Entró a competir en el mercado editorial con el superventas de la época, el Guzmán de Alfarache. Atalaya de la vida humana, la gran novela picaresca de Mateo Alemán publicada en 1599. Y gozó del beneplácito no solo de los muy escasos lectores que podían leerla sino, fundamentalmente, de los muchos que disfrutaban de ella en lecturas colectivas alrededor del hogar. Y es que la mayoría se encontraba en la España del seiscientos en el mismo caso que Sancho Panza, que a preguntas de su amo dice: “La verdad sea que yo no he leído ninguna historia jamás, porque ni sé leer ni escrebir”. Esta condición la resolvían fácilmente el ventero Juan Palomeque y sus huéspedes con las novelas de caballerías: “Porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí, las fiestas, muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge uno de estos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta, y estámosle escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas”.

Tanto se leyó el Quijote que su fama trascendió la realidad y, diez años después, se coló literariamente en la segunda parte de la obra. Cuenta del éxito de la novela el bachiller Sansón Carrasco: «Los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que, apenas han visto un rocín flaco, cuando dicen: «Allí va Rocinante»».

Decía Camilo José Cela que la literatura es una pelea con la literatura. La creación literaria es además una pelea con la lengua, su indiscutible herramienta de trabajo. La inteligencia creativa de Miguel de Cervantes se demuestra en su extraordinaria conciencia lingüística, que se trasluce en interesantes referencias al buen uso de la lengua que oímos en boca de sus prologuistas, de sus narradores y de sus personajes.

Juan de Valdés en 1535 en el Diálogo de la lengua definió su concepto del estilo y con él destiló la teoría estética renacentista en relación con la expresión: «El estilo que tengo me es natural, y sin afectación ninguna escrivo como hablo; solamente tengo cuidado de usar vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y dígolo cuanto más llanamente me es posible (…)».

En el Prólogo de la primera parte del Quijote un «amigo gracioso y bien entendido» aconseja a Cervantes lo siguiente: «que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo, pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos, sin intrincarlos y escurecerlos».

Se trata del canon de la norma cortesana apuntada por Valdés de naturalidad y selección en el lenguaje, al que Cervantes, moderno como pocos, agrega la discreción y el uso. Aunque, como siempre con Cervantes, hemos de andar con pies de plomo si no queremos perdernos en su finísima ironía. Y para no perdernos en asuntos de palabras no hay mejor guía que echar mano del diccionario. Para acercarnos al concepto cervantino de hablante discreto no hay mejor diccionario que el Tesoro de la lengua castellana de Sebastián de Covarrubias, el primer diccionario monolingüe de la lengua española publicado en 1611, entre la primera y la segunda parte del Quijote. Define así Covarrubias el significado de discernir: «(…) distinguir una cosa de otra, y hazer juyzio dellas, de aquí se dixo discreto, el hombre cuerdo y de buen seso, que sabe ponderar las cosas y dar a cada una su lugar».

Para Cervantes la discreción no es patrimonio de los buenos hablantes, pero no es patrimonio exclusivo de los cortesanos. Quijote, Sancho y el licenciado se dirigen a las bodas de Camacho. En la conversación el Licenciado afirma: «El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda: dije discretos, porque hay muchos que no lo son, y la discreción es la gramática del buen lenguaje, que se acompaña con el uso. Yo, señores (…) pícome algún tanto de decir mi razón con palabras claras, llanas y significantes». [2] La ironía cervantina distingue, sin duda por experiencia personal, entre cortesanos discretos y no tan discretos.

Este ideal de prosa literaria, clara, llana y significante, contrastaba con el estilo enrevesado y ampuloso de las sagas caballerescas que tanto éxito habían alcanzado entre los lectores. El cura paisano de don Quijote compara su auge con el de las comedias y atribuye su escasa calidad literaria a algunas otras razones: «Y no tienen la culpa desto los poetas que las componen, porque algunos hay dellos que conocen muy bien en lo que yerran, y saben estremadamente lo que deben hacer; pero como las comedias se han hecho mercadería vendible, dicen, y dicen verdad, que los representantes, no se las comprarían si no fuesen de aquel jaez; y así, el poeta procura acomodarse con lo que el representante que le ha de pagar su obra le pide».[3] Nadie en la actualidad puede achacarfalta de vigencia a estas razones.

La lengua y su buen uso está, nunca mejor dicho, en boca de los personajes cervantinos. Los hay que se precian de correctores y defensores del buen lenguaje y los hay que defienden el derecho a usarlo como mejor les parezca. Don Quijote llama en una ocasión a Sancho «prevaricador del buen lenguaje»[4]. El bachiller Sansón Carrasco le afea a Sancho haber dicho presonajes, en lugar de personajes. Sancho le responde: «¿Otro reprochador de voquibles tenemos? Pues ándese a eso, y no acabaremos en toda la vida». [5] No es Sancho el único en impacientarse. Pedro, el cabrero, despotrica también contra las correcciones de don Quijote: «Si es, señor, que me habéis de andar zahiriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año».[6]

 

No son solo Sancho y el cabrero los objetos de las críticas por estar entre los que se consideran el vulgo. Don Quijote se lo deja claro al Caballero del verde gabán en la segunda parte: «No penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo». [7]

Un ejemplo de la valoración de la sabiduría y expresión popular lo tenemos en la incoporación de refranes en la prosa cervantina. Juan de Valdés también defiende su uso como ejemplo válido de llaneza y naturalidad en el lenguaje. Todos hemos gozado del inagotable venero de refranes de Sancho Panza, y también de los ocasionales del caballero andante, en sus correrías por el campo manchego. Su aparición en el diálogo sazona la caracterización y adquiere, a veces, tintes de caricatura.

Camino a Sierra Morena Sancho critica a su amo la polémica que ha mantenido con el pastor Cardenio, que le ha costado al hidalgo una pedrada en el pecho: «Ni yo lo digo ni lo pienso, allá se lo hayan; con su pan se lo coman; si fueron amancebados, o no, a Dios habrán dado la cuenta; de mis viñas vengo, no sé nada; no soy amigo de saber vidas ajenas; que el que compra y miente, en su bolsa lo siente. Cuanto más, que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; mas que lo fuesen, ¿qué me va a mí? Y muchos piensan que hay tocinos y no hay estacas. Mas ¿quién puede poner puertas al campo? Cuanto más, que de Dios dijeron». Le responde su amo: «¡Válame Dios y qué de necedades vas, Sancho, ensartando! ¿Qué va de lo que tratamos a los refranes que enhilas? Por tu vida, Sancho, que calles, y de aquí en adelante, entremétete en espolear a tu asno, y deja de hacello en lo que no te importa».[8]

Quijote, en su aprecio por la expresión cuidada, aconseja a Sancho: «Mira, Sancho, no te digo yo que parece mal un refrán traído a propósito, pero cargar y ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja». [9] Y es que Sancho Panza es digno hijo de su estirpe. El cura del pueblo ya lo afirma: «Y no puedo creer sino que todos los deste linaje de los Panzas nacieron cada uno con un costal de refranes en el cuerpo: ninguno dellos he visto que no los derrame a todas horas y en todas las pláticas que tienen». [10]

A don Quijote, humano al fin, se le escapa de vez en cuando algún refrán, Sancho se lo afea y él, picado, replica: «Mira, Sancho; yo traigo los refranes a propósito, y vienen cuando los digo como anillo en el dedo; pero traéslos tú tan por los cabellos, que los arrastras, y no los guías; y si no me acuerdo mal, otra vez te he dicho que los refranes son sentencias breves, sacadas de la experiencia y especulación de nuestros antiguos sabios, y el refrán que no viene a propósito antes es disparate que sentencia». [11] Una vez más propiedad y discreción como recetas cervantinas del buen hablar.

La obra de Cervantes está escrita en el castellano del siglo XVI, establecido ya como la lengua general para la creación literaria, relegando definitivamente al latín y casi por completo a las otras lenguas y dialectos de la península. El éxito del concepto de lengua compañera del Imperio de mi paisano Elio Antonio de Nebrija había llevado a que Juan de Valdés en 1535, unas décadas antes de la gestación del Quijote, pudiera retratar la situación lingüística de España de la siguiente manera: «La lengua castellana se habla no solamente por toda Castilla, pero en el reino de Aragón, en el de Murcia con toda el Andaluzía y en Galizia, Asturias y Navarra; (y esto aun hasta entre gente vulgar, porque entre la gente noble tanto bien se habla en todo el resto de Spaña)».

Cervantes lo pone en boca de don Quijote en su diálogo con el caballero del verde gabán. El verde caballero refiere a don Quijote que su hijo no valora la poesía escrita en lengua romance y don Quijote le responde: «Y a lo que decís, señor, que vuestro hijo, no estima mucho la poesía de romance, doyme a entender que no anda muy acertado en ello, y la razón es esta: el grande Homero no escribió en latín, porque era griego; ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino. En resolución: todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y siendo esto así, razón sería se extendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno, que escribe en la suya». [12]

En nuestros Siglos de Oro el español se encuentra en una etapa de transición lingüística. ¿Cuál no lo es en la historia de la lengua? Asistimos a la imparable consolidación del español moderno. Los cambios lingüísticos que venían cursándose desde antaño habían producido innumerables variantes fonéticas, gramaticales y léxicas, que trascendían incluso a la lengua literaria y a pesar del indudable elemento de fijación en el que se estaba convirtiendo la imprenta.

La genialidad literaria de Miguel de Cervantes nos oculta su indiscutible esfuerzo por lograr que ese español del siglo XVI le rinda los mejores frutos. Cervantes es lo que podríamos llamar un hablante privilegiado. Pero un hablante, al fin y al cabo. Su forma de usar la lengua, sus usos gramaticales, sus selección del vocabulario, su ortografía, nos proporcionan un dibujo vivaz del estado de la lengua española en la época en la que escribió el genial manco, un lienzo extraordinario en el que podemos revivir los matices de nuestra lengua durante el paso del siglo XVI al XVII.

No hay mejor muestra del dominio lingüístico de Cervantes que sus diálogos, que se convierten en protagonistas de su prosa novelística y en los que descansa el retrato de los personajes por medio del lenguaje. Los propios personajes cervantinos se definen por lo que hacen pero, fundamentalmente, por lo que dicen y por cómo lo dicen. Los protagonistas y los innumerables personajes y personajillos que pueblan sus novelas hablan como son. El hábil manejo de los diferentes registros de la lengua, la riqueza y variedad de matices estilísticos que van surgiendo en sus obras, demuestran la maestría de nuestro Cervantes en el uso literario del español, que gracias a él estaba alcanzando la cima de nuestra lengua clásica. Y lo más interesante es que Cervantes no se limita a mostrarnos la variedad considerada de prestigio sino que nos proporciona un mirador de las distintas variantes geográficas y sociales del español del XVI.

José Antonio Pascual nos propone que nos acerquemos « a este sorprendente y novedoso tapiz que es el Quijote. La urdimbre de la lengua con que se ha tejido es el registro coloquial; su trama la constituyen los demás registros, que combinados entre sí producen una gran sensación de veracidad».[13] La verosimilitud novelística cervantina construida a fuerza de palabras, solo a fuerza de palabras, demuestra un uso cargado de intencionalidad literaria de las posibilidades que le ofrecía a Cervantes su conocimiento extenso e intenso de la lengua y de su evolución.

Don Quijote delata su locura en su forma de hablar; se demuestra un arcaísmo andante, como lo es convirtiéndose en caballero, cuando emplea un estado de lengua que no se corresponde con el de su tiempo. A los lectores actuales se nos hace imprescindible la nota del editor para no caer en el error, muy frecuente por otro lado, de creer que la forma de expresarse de Don Quijote era la característica del español del Siglo de Oro. Para los lectores contemporáneos a Cervantes la forma de hablar del hidalgo manchego era una ironía palpable. Así les sucede a unos mercaderes toledanos con los que se topa, quienes «por la figura y por las razones luego echaron de ver la locura de su dueño».

Tomemos solo un rasgo como ejemplo: la presencia de f- inicial latina. La difusión del cambio desde f- inicial latina, pasando por la aspiración, hasta llegar al cero fonético (h-) se había producido en castellano entre los siglos XIII y XV. La lengua culta prefiere siempre la solución conservadora: el mantenimiento de la f-. La solución aspiradora empieza siendo considerada un vulgarismo. Con el paso del tiempo esta consideración de vulgarismo se fue perdiendo progresivamente hasta que la aspiración se impone y llega a generalizarse en la lengua patrimonial. Hasta el siglo XIII, por lo tanto, conviven las dos variantes: la f- inicial latina se considera la variante culta, conservadora, y la aspiración procedente de f- inicial latina se considera dialectal y se generaliza como la variante vulgar. Los contemporáneos de don Quijote, a principio del siglo XVII , habían adoptado las soluciones más modernas, ya fuera la aspiración o el cero fonético. En ningún caso mantenían en la lengua oral patrimonial la solución conservadora de f- inicial latina.

Cervantes utiliza magistralmente el contraste entre dos estadios históricos de lengua para caracterizar a su protagonista. El caballero manchego mantiene en sus parlamentos la solución conservadora, entre otros rasgos de carácter arcaizante, y con ello provoca estupor y risa en los personajes con quienes se cruza. Las mozas con las que se topa a la puerta de la venta en su primera salida quedan boquiabiertas ante las palabras de don Quijote al no entender nada de lo que les dice el caballero: «No fuyan las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno; ca a la orden de caballería que profeso non toca ni atañe facerle a ninguno, cuanto más a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran». Las mozas no pueden contener la risa y el narrador acota: «El lenguaje, no entendido de las señoras, y el mal talle de nuestro caballero acrecentaba en ellas la risa y en él el enojo».

Similar es la reacción de la ventera y de Maritornes a las palabras de don Quijote: «Confusas estaban la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que así las entendían como si hablara en griego». [14]

Los rasgos arcaizantes conviven con el lenguaje coloquial de venta y camino. Y los personajes juegan irónicamente con el contraste para dibujar a don Quijote y dibujarse ellos mismos ante nuestros ojos.

La lengua y el diálogo, indispensables en las relaciones humanas, pueblan la obra del novelista alcalareño e impiden la simplificación de los personajes en mundos cerrados sin relación entre sí. Sancho Panza nos retrata la vida misma cuando imita a su amo al contarle al barbero y al cura en qué estado lo había encontrado en Sierra Morena: “les dijo como le había hallado desnudo en camisa, flaco, amarillo y muerto de hambre, y suspirando por su señora Dulcinea; y que (… le) había respondido que estaba determinado de no parecer ante su fermosura fasta que hobiese fecho fazañas que le ficiesen digno de su gracia”. [15] Emplean este recurso que aquí borda Sancho los personajes que quieren seguir la corriente a Don Quijote, ya sea para burlarse de su locura, ya sea para tratar de apaciguarlo.

El contraste de algunos rasgos del lenguaje usado por Don Quijote con el habitual de sus contemporáneos no es más, por tanto, que un trasunto del contraste entre la fantasía libresca y trasnochada del hidalgo manchego y la realidad de la Castilla de 1600. La realidad de España, que tan bien conocía Miguel de Cervantes, surge en cada línea. Escribió Julián Marías que Cervantes «lo que hace es absorber realidad, absorber a España como nadie, absolutamente como nadie. Y entonces, se pone a escribir. Y lo que escribe Cervantes no es primariamente literatura, es la realidad que lleva dentro, con una plenitud absolutamente desconocida». [16]

El cuarto centenario de la publicación en 1615 de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha, que conmemoramos el año pasado, nos trajo nuevas ediciones de la obra cervantina. Mucho se ha hablado, para bien y para mal, de la versión adaptada para jóvenes del académico Pérez Reverte; o de la edición «traducida» al castellano actual de Andrés Trapiello. Ambas ediciones se han considerado necesarias para acercar la novela universal de Miguel de Cervantes a mayor número de lectores, quizás a aquellos a los que impresione tener que acudir a cada paso a una nota a pie de página. Y es que la realidad material de la España cervantina se aleja de la nuestra. Y eso lo notamos fundamentalmente en el léxico.

Nunca está de más recordar que enriquecer nuestro vocabulario, y el que les transmitimos a nuestros hijos, es responsabilidad de todos, especialmente de los que podemos agradecer haber tenido acceso a una formación escolar. La pobreza de vocabulario entorpece la lectura de Cervantes, pero no solo de Cervantes. Cuando leemos a los clásicos que no son nuestros contemporáneos debemos enfrentarnos además a voces que desconocemos porque se refieren a objetos o a costumbres abandonados en nuestro tiempo. En la extraordinaria y monumental edición conmemorativa de Don Quijote de la Mancha, de la Real Academia Española, se hace un gran esfuerzo filológico por acercarnos a la cultura material de la época cervantina y con ello al vocabulario que la expresa. En ella se cuenta cómo Martín de Riquer en su edición de 1944 fue el primero en anotar al pie del Quijote la palabra bacía. Hasta entonces la nota no había resultado necesaria porque los lectores sabían lo que era una bacía. Y reza la edición académica: «Hoy cada vez son menos quienes podrían identificar unas abarcas, una aceña o una alcancía; y no digamos una adarga (…)». [17]

El éxito de público del Quijote no fue paralelo, por muy diversas razones, entre críticos y literatos. Y es que como se decía en La gitanilla: «Esto de ver medrar al vecino que me parece que no tiene más méritos que yo, fatiga».

Su valoración irá cambiando con el tiempo. Solo dos ejemplos. Desde el punto de vista de la utilización de la lengua, en la primera biografía cervantina escrita en 1737 por Gregorio Mayans y Siscar leemos: «Solo se valió Cervantes de voces antiguas para representar mejor las cosas antiguas. Son mui pocas las que introdujo nuevamente, pidiéndolo la necesidad. Hizo ver que la lengua española no necesita mendigar voces estrangeras para explicarse cualquiera en el trato común». [18] El análisis de Mayans de los aciertos léxicos cervantinos nos puede servir de guía de estilo: palabras antiguas para «para representar mejor las cosas antiguas»; palabras nuevas solo «pidiéndolo la necesidad»; y, por último, no «mendigar voces estrangeras para explicarse cualquiera en el trato común».

Desde la perspectiva de la emoción literaria, Gustave Flaubert relee el Quijote y proclama: «Estoy deslumbrado, estoy enfermo de España. ¡Qué libro! ¡Qué libro! ¡Qué alegre melancolía posee esta literatura!… Lo que hay de prodigioso en Don Quijote es la ausencia de arte y esa constante fusión de ilusión y realidad que lo convierte a la vez en un libro tan cómico y tan poético. A su lado, ¡qué enanos parecen todos los demás!». [19]

La grandeza humana y literaria de Cervantes consistió precisamente en saber sacar partido de sus propias y no siempre afortunadas experiencias vitales; sacar partido de su conocimiento del mundo y del hombre, a pie de calle, camino y venta de España de las postrimerías del XVI para trascenderla con su sagaz ironía cargada de ternura, con su alegre melancolía y con su incomparable dominio lingüístico.

En el prólogo del Persiles cuenta la anécdota de cómo un estudiante reconoce a Cervantes saliendo de Esquivias, se apea de la cabalgadura y le saluda: «¡Este es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre y finalmente el regocijo de las musas!». Y Cervantes le contesta: «Yo, señor, soy Cervantes, pero no el regocijo de las musas, ni ninguna de las demás baratijas que ha dicho vuesa merced. Vuelva a cobrar su mula y suba, y caminemos en buena conversación lo poco que nos falta del camino».

Cervantes supo reírse de sí mismo, a pesar de que no siempre le tocaron en suerte circunstancias fáciles. Dice en su prólogo al Quijote: “Porque ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina (…)?».

Recordemos que en 1605, cuando publica la primera parte del Quijote, Cervantes tenía 58 años. Solo había publicado La Galatea. Su poca fama no le había permitido encontrar autores que le escribieran poemas laudatorios para poner al frente de su obra, al modo de lo usado en los libros de caballerías; él no duda en inventárselos, adecuando el tono y el léxico de cada uno de ellos a su supuesto autor.

Esta irónica genialidad fue criticada por Avellaneda, quien le reprochó la invención de sus prologuistas a falta de autores encumbrados. Cervantes con su sabio e inigualable retintín comenta con ironía en la segunda parte del Quijote en su dedicatoria al Conde de Lemos: «El que más me ha mostrado desearle (la continuación de la novela) ha sido el emperador de la China, pues en lengua chinesca habrá un mes que me escribió una carta con un propio, pidiéndome, o, por mejor decir, suplicándome se le enviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana, y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de Don Quijote. Juntamente, con esto me de
cía que fuese yo el rector de tal colegio». [20 Bendita visión e inteligencia de Cervantes que, como siempre, gracias a su sabio humor e ironía nos anticipa una realidad que es la que hoy estamos viviendo con la difusión universal de su obra.

Nada menos que el emperador de la China como extraordinario mentor inventado para el escritor genial que mucho admiraba en los gitanos su independencia y su poca afición a «limpiar sacos». El abuelo de Preciosa, la protagonista de La gitanilla, la primera de sus Novelas ejemplares (porque Cervantes no es solo el Quijote) lo declara así: «No nos fatiga el temor de perder la honra, ni nos desvela la ambición de acrecentarla, ni sustentamos bandos, ni
madrugamos a dar memoriales, ni a acompañar magnates, ni a solicitar favores».

Aprovechemos la ocasión del centenario para perder el miedo que nos inspira la lectura de nuestros clásicos, a los que a menudo tachamos injustamente de aburridos o de difíciles. Sirvan para demostrar lo contrario los muchos lectores que me acompañan mes a mes en el Taller de Lectura de los Clásicos de la Academia Dominicana de la Lengua.

Los clásicos tienen siempre un impedimento añadido a la hora de calar en el gusto del público. Siempre son una película contada por alguien que ya la ha visto, generalmente mal contada. Perdemos la chispa y el asombro de la lectura virgen y la sustituimos por una lectura de segunda mano, incluso manipulada a veces, como sucede con el Quijote, una lectura cargada de connotaciones añadidas que le restan frescura y espontaneidad a nuestra propia experiencia como lectores.

Cervantes tenía claro por qué escribía: podía escribir y quería escribir. Reivindica como po
cos su condición de escritor: «A esto se aplicó mi ingenio, por aquí me lleva mi inclinación (…); yo soy el primero que he novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas todas son traducidas de lenguas estranjeras, y éstas son mías propias, no imitadas ni hurtadas: mi ingenio las engendró, y las parió mi pluma, y van creciendo en los brazos de la estampa».

Decía Martín de Riquer que para leer a Cervantes «No hay que buscarle tres pies al gato. Basta con ir ley
éndolo tal como aparece escrito (…)».[21] Hagámosle honor a Miguel de Cervantes como se merece, leyéndolo. Y leyéndolo para disfrutar, como a él le hubiera gustado, y, es posible, que hasta nos quite las canas, como a Juan Palomeque. Así nos lo dejó dicho, no sin segundas, en el prólogo a sus Novelas ejemplares: «Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos, donde cada uno pueda llegar a entreten
erse (…).Sí, que no siempre se está en los templos, no siempre se ocupan los oratorios, no siempre se asiste a los negocios, por calificados que sean. Horas hay de recreación, donde el afligido espíritudescanse. Una cosa me atreveré a decirte: que si por algún modo alcanzara que la lección destas novelas pudiera inducir a quien las leyera a algún mal deseo o pensamiento, antes me cortara la mano con que las escribí que sacarlas en público».

Huérfanos habría
mos quedado sus devotos n el Reino de Cervantes si el manco de Lepanto se hubiera cortado la única mano que le quedaba buena, y que le bastó para convertirse en el primer y mejor novelista del mundo.

[1] (II, XVI).

[2] (II, XIX).

[3] (I, 47).


[4]
(II, XIX).

[5] (II, III).

[6] (I, XII).

[7] (II, XVI).

[8] (I, XXV).

[9] (II, XLIII).

[10] (II, I).

[11] (II, LXVII).

[12] (II, XVI).

[13] PASCUAL, José Antonio: «Los registros lingüísticos del Quijote: La distancia irónica de la realidad».

[14] (I, XVI).

[15] (I, 29).

[16] MARÍAS, Julián (2007): «Cervantes como clave española», Revista de estudios cervantinos, 1, junio-julio. En www.estudioscervantinos.org.

[17] CERVANTES, Miguel de (1605, 1615, 2015): Don Quijote de la Mancha, Volumen complementario, Real Academia Española, Madrid, p. 26.

[18] MAYANS Y SISCAR, Gregorio (1737): Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, consultada en la edición de la Biblioteca Valenciana Digital [http://bivaldi.gva.es/es/corpus/unidad.cmd?idUnidad=47648&idCorpus=20000&posicion=1].

[19] FLAUBERT, Gustave (1999): Razones y osadías. Barcelona: Edhasa.

[20] (II, Preliminares).

[21] Artículo dedicado a Martín de Riquer el El País el 9/6/2003 con motivo de la publicación de su obra Para leer a Cervantes.