Comienzo de mi camino de la lengua
Un reciente viaje por tierras castellanas me trajo a la memoria aquellas primeras lecturas de los clásicos de la literatura en lengua española. Burgos tiene al Cid como gran protagonista. Sus calles recuerdan la figura histórica y literaria y, cuando las recorremos con los libros en la mano, se convierten en un escenario poético inigualable.
El Cid es el héroe épico por excelencia y el protagonista del primer poema épico conservado de la literatura en español. Los libros están muchas veces rodeados de magia. Del manuscrito del Cantar de Mio Cid se perdió la primera página. Este hecho fortuito ha provocado un efecto poético extraordinario; los primeros versos del Cantar primero nos enfocan a Rodrigo Díaz cuando, al alejarse de su Vivar natal desterrado por orden real, vuelve los ojos al hogar que abandona. Un momento especial en el que el héroe se encuentra en una encrucijada vital. Una injusticia lo aleja de su casa y lo enfrenta a su destino.
De la extraordinaria edición crítica del Cantar de Mio Cid de Alberto Montaner[1], publicada por la Real Academia y la Asociación de Academias de la Lengua Española, les copio estos primeros versos con los que se inaugura la poesía épica en español (para los que tengan dificultad con el castellano antiguo trato de parafrasear al poeta castellano con la ayuda de las notas críticas imprescindibles de Montaner):
De los sos ojos tan fuertemientre llorando,
tornava la cabeça e estávalos catando.
Vio puertas abiertas e uços sin cañados,
alcándaras vazías, sin pielles e sin mantos,
e sin falcones e sin adtores mudados.
En un primer plano, potenciado por el uso del gerundio, el Cid llora intensamente, vuelve la cabeza y mira hacia su casa. Ve las puertas que han quedado abiertas, sin candados, porque ya no tienen nada que guardar. El héroe ha sido desterrado y desposeído de sus pertenencias por el rey Alfonso VI el Bravo (1030-1109). Las alcándaras vacías se refieren a las perchas que ya no portan pieles ni mantos, ni tampoco halcones o azores, aves de cetrería tan preciadas en la época.
Tras su paso por la ciudad de Burgos, cuya población no puede, por orden real, prestarle auxilio, parte definitivamente hacia su destierro:
Ya lo vee el Cid, que del rey non avié gracia;
partiós’ de la puerta, por Burgos aguijava,
llegó a Santa María, luego descavalga,
fincó los inojos, de coraçón rogava.
La oración fecha, luego cavalgava,
salió por la puerta e Arlançón passava;
El Cid se arrodilla en la catedral de Burgos, consagrada a Santa María, y ora. Deja atrás Burgos por la puerta de la muralla y atraviesa el río Arlanzón.
Y es entre la puerta y el río donde Burgos eleva la estatua ecuestre que recuerda al héroe épico castellano. Hacer este mismo recorrido a pie, por las hermosas calles y plazas y burgalesas, nos transporta al escenario que vio nacer estos versos. La emoción poética, para quien camine con sensibilidad, está garantizada.
[1] Anónimo, Cantar de Mio Cid, RAE y AALE, Madrid, ed. crítica, estudio y notas de Alberto Montaner Frutos.