Cuando consultamos un diccionario suele pasarnos desapercibida la belleza de algunas de sus definiciones. Confieso que, con un diccionario en las manos, puedo perder la noción del tiempo. Mis lecturas y relecturas me proporcionan placeres como los de encontrar esta definición en el Diccionario de la lengua española de la RAE para el humilde adjetivo verde: ‘Dicho de un color: Semejante al de la hierba fresca o al de la esmeralda’: El color verde tiñe las banderas.
Si hablamos de una zona o área verde, nos referimos a que en ella no puede edificarse porque alberga, o está destinada a albergar, un parque o jardín. Si, en cambio, decimos verde de un árbol o de una planta, nos referiremos a que ‘aún conserva alguna savia, en contraposición al seco’: Podemos salvar esa palma; todavía está verde. Cuando, en lugar de a una planta, los

usamos para referimos a un fruto, destacamos que este aún no ha madurado: plátano verde. Y aquí no me resisto a mencionar la sabiduría popular dominicana cuando sentencia que «plátano maduro no vuelve a verde».
Inluso podemos extender figuradamente su significado y aplicarlo a una persona a la que consideramos inexperta o inmadura: Seguimos muy verdes en ortografía. En otros países de habla española son verdes los chistes con contenido erótico, esos a los que nosotros llamamos colorados. Cuestión de colores.
Y así el diccionario va registrando las distintas acepciones de un mismo adjetivo según a quién o a qué se le aplique. Quiero pensar que, para nosotros, el movimiento verde se apoya en la relación que nuestra cultura establece entre el verde y la esperanza. Y no me malinterpreten, no con aquella esperanza que se comió un burro, sino con la esperanza del verdor que presagia buenos frutos.
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En las actividades académicas de divulgación en las que participo siempre surge alguien que se pregunta por la existencia, o inexistencia, de una palabra. El interesado afirma que ha buscado la palabra en «el» diccionario (aunque no especifica en cuál) y que no
la ha encontrado. De aquí deduce que la palabra en cuestión no existe. Recuerdo entonces a don Miguel de Unamuno quien, cuando alguien le hacía notar que alguna de las voces que usaba no constaba en el diccionario académico, sentenciaba: «Ya la pondrán».
Para muchas personas la inclusión en cualquier diccionario es la prueba irrefutable de la existencia de una voz, pero no siempre es así. Una palabra puede existir y no estar registrada en ningún diccionario; y también hay casos de palabras que no existen y que de una forma u otra aparecen en los diccionarios: son las llamadas palabras fantasma.
Una palabra existe cuando los hablantes la usamos; y es que somos los hablantes los dueños de la lengua. El que ese término aparezca o no en un diccionario dependerá del tipo de diccionario, de su calidad, o de los criterios que se han aplicado para seleccionar sus entradas.
Otra cuestión distinta es si la palabra es considerada correcta o si los hablantes sabemos emplearla bien. ¿Quién decide lo que es o no correcto en la lengua? Para el criterio de corrección en el español tienen mucho peso nuestras academias de la lengua, por tradición y por trayectoria. En cualquier caso, los buenos hablantes son los que marcan la pauta. Un buen habl
ante conoce y respeta las normas ortográficas y gramaticales y se preocupa por ampliar su vocabulario y por usar apropiadamente el que conoce. ¿Nos ponemos manos a la obra?
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Tumbarrocío Foto de Guillermo Armenteros
Inés Aizpún me preguntó en una entrevista cuál era para mí la palabra más hermosa del español dominicano. Nunca me lo había planteado pero no lo dudé ni un instante. Tumbarrocío, le respondí.
Se trata de un precioso sustantivo compuesto con el que se designa a un pequeño pajarito que vuela en nuestros campos y que, al posarse, hace caer las gotas de rocío de las hojas. Es una imagen poética creada váyase usted a saber cuándo por un hablante con la suficiente sensibilidad para detenerse a contemplar la naturaleza.
Esta palabra se ha creado por composición, un método tradicional en español para la formación de nuevas voces. El verbo tumbar y el sustantivo rocío se unen para crear una nueva voz. Su ortografía también es interesante; el sonido /rr/, representado con r inicial en rocío, pasa a ser representado por el dígrafo rr en posición intervocálica en tumbarrocío. El detalle más interesante es que el verbo tumbar, usado en una acepción característica del español americano, ha sido muy feraz a la hora de generar palabras. Sus compuestos siguen la misma estructura: verbo tumbar + sustantivo complemento directo.
Seguro que les suenan, más bien les resuenan, los atronadores tumbagobiernos, esos artefactos pirotécnicos que hacen temblar nuestros tímpanos y a los que en Venezuela se les denomina tumbarranchos (aquí aparece de nuevo el dígrafo rr entre vocales). Abundan también los tumbafondas (¿quién no se los ha encontrado comiendo a costa de los demás en las comilonas navideñas?). Pero, sin duda, los que aparecen con más frecuencia son los tumbapolvos.
Probablemente cada uno de nosotros tengamos nuestra palabra favorita. Unas veces será su sonido, otras su significado, otras su ortografía. Estos ingredientes se combinan en las palabras y les aportan su poder de evocación. Las palabras nos pertenecen: aprendamos a disfrutarlas.
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Las cifras reveladoras del Diccionario del español dominicano hablan de cuatro intensos años de trabajo lexicográfico en la Academia Dominicana de la Lengua.
Nuestro dicc
ionario incluye casi once mil entradas. Si nos imaginamos el diccionario como un inmenso edificio en el que cada palabra vive en su propio apartamento, el edificio del DED tiene 10900 apartamentos, algunos con una habitación (palabras con una sola acepción), algunos con varias (palabras polisémicas). Hay apartamentos amplios, como el de vaina (4 acepciones y 10 locuciones) o el del verbo tirar (16 acepciones y 6 locuciones); algunos parecen verdaderas mansiones, como el de palo, con 56 locuciones, 2 frases proverbiales y 10 acepciones, entre las que se encuentra aquella que se podría ejemplificar como Este diccionario es un palo (disculpen la inmodestia).
Las locuciones tienen también un papel destacado en nuestro diccionario. Algunas palabras combinadas adquieren significados insospechados que poco tienen que ver con los significados de las mismas palabras pero aisladas. Si tienen que consultar qué significa guindar los tenis, tragarse un cable o estar en el círculo de espera tendrán que buscarlos entre las 4200 locuciones que incluye el Diccionario del español dominicano.
Unos 400 extranjerismos sin adaptar dan cuenta de una tendencia preocupante en nuestra variedad del español; pero también hay muchos de ellos que registran una forma castellanizada que también aparece en el DED.
Las palabras referidas a la flora y la fauna dominicanas, hasta ahora no incluidas en los diccionarios, tiñen de verde las páginas del diccionario: más de 1300 voces relacionadas con nuestra naturaleza, con una definición detallada que incluye su nombre científico.
El vocabulario propio de las peleas de gallos aporta unos 200 términos, mientras que el beisbol, nuestra pelota, batea para casi 400.
Los ejemplos en el diccionario ayudan al lector a ver las palabras en funcionamiento. En el DED hemos incluido más de 8000 ejemplos. La mayoría, unos 6000, procede de obras literarias de autores dominicanos y más de 600 se han extraído de páginas electrónicas dominicanas.
Con ser apabullantes, estas cifras son solo datos. Lo verdaderamente importante es el inmenso caudal de información sobre nosotros y sobre cómo hablamos que mana de sus páginas.
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El Diccionario del español dominicano me trajo a Alemania por primera vez. Una invitación del académico correspondiente André Klump, profesor de la Universidad de Tréveris (Alemania), tuvo la culpa.
Tres años antes el profesor Klump y yo nos tomamos un café criollo en el Parque Colón, envueltos en un calor de justicia que no nos impidió una larga y fructífera conversación sobre diccionarios. Y los diccionarios nos llevaron, como suele ser habitual, a la cultura y a la vida. Analizamos los humano y lo divino de la cultura y la enseñanza dominicanas.
De esta prolongada tertulia surgió esa invitación para visitar la Universidad de Trier cuando el DED estuviera acabado. Y lo que en ese momento parecía un futuro lejano llegó. El DED vio la luz, nos recibieron con los brazos abiertos en muchos sitios (Miami, San Juan de Puerto Rico, Nueva York, España). Siempre nos encontramos con dominicanos que nos regalaban sus recuerdos y sus vivencias aflorados al hilo de las palabras que encontraban en sus páginas. Muchos de ellos nos regalaron la íntima satisfacción de agradecer a nuestro DED, su DED, la recuperación del orgullo por su lengua materna y por su patrimonio lingüístico.
Y llegó el momento de honrar la invitación alemana. Nos encontramos con una tierra histórica que albergaba a muchos jóvenes interesados en el conocimiento y el estudio de la realidad dominicana; y con profesores e instituciones que los guiaban y los alentaban.

Maestro de s. Severin 1512
Hoy regreso a Alemania, traída por otros vientos, y vuelvo a encontrarme ante la imponencia y la majestuosidad de la catedral de Colonia. Un sol titubeante de invierno me permite sentarme a sus plantas y escribir. En mi primera visita supe que está dedicada a los Reyes Magos. Hoy la contemplo con los versos que Berceo dedica a los Milagros de Nuestra Señora entre las manos y una taza de chocolate que pronto estará fría.
Las vueltas que da la vida. Quién me iba a decir a mí que en Alemania los versos del entrañable Gonzalo de Berceo, nuestro primer poeta de nombre conocido, iban a recordarme el calor de las tierras dominicanas. Aceptémoslo y dispongámosnos a dejarnos llevar por la rueda de la vida.
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Catedral de San Pedro
Los próximos 2 y 3 de julio de 2014 se celebra en la Universidad de Tréveris el congreso Dominicanidad – Perspectivas de un concepto (trans‐)nacional. Tengo el honor de contarme entre los ponentes para presentar a los hispanistas alemanes el Diccionario del español dominicano (DED), máxima representación de la lexicografía dominicana.
La lengua española despierta el interés de filólogos y lingüistas por su historia, su extensión humana y geográfica y su vocación de unidad en la diversidad. El estudio filológico del español hablado por los dominicanos, dentro y fuera de la isla, y de su producción literaria protagonizará esta actividad universitaria en la milenaria Tréveris.
Tréveris, o Trier por su nombre alemán, está situada en la región alemana de Renania-Palatinado, a orillas del río Mosela. Presume de ser una de las ciudades más antiguas de Alemania desde el establecimiento en un vado del río de un campamento romano en el año 16 a. C. De su nombre romano, Augusta Treverorum, proceden tanto su denominación en alemán como su nombre en español. En 1986 fue declarada Patrimonio de la Humanidad.

Porta Nigra
Seguro que será una gran experiencia que nuestros dominicanismos resuenen entre las piedras milenarias que sustentan la hermosa Tréveris.
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