Las guerras de uno: Almudena Grandes


Almudena Grandes El corazón helado

 

Entre las obras de arte extraordinarias con las que cuenta Madrid está el Guernica, el monumental cuadro que Pablo Picasso dedicó a un episodio escalofriante de la Guerra Civil española.

 

Las obras maestras siguen aportándonos experiencias valiosas cada vez que nos acercamos a ellas. En un viaje de paso por Madrid, en una mañana cordial de invierno, luminosa y ventosa, crucé a pie los escasos metros que separan la estación de Atocha del Museo Reina Sofía. Quería aprovechar unas horas para volver a estar frente al Guernica. Accedí al museo sin detenerme ante otras obras, que las hay, muchas y muy buenas, y me dirigí a mi destino. Una suerte para mí que la sala estuviera casi desierta.

Después de la  visita, como la que se paga a un viejo maestro, mi marido y yo visitamos la librería del museo. Entre las obras que hojeamos nos detuvimos en un hermoso libro de fotografías de la Guerra Civil. Preferí dejarlo a un lado porque, como le dije a mí marido, las guerras de uno duelen demasiado.

Almudena Grandes Corazón helado (lz)

 

Algo parecido me sucede con las novelas que Almudena Grandes sitúa en el siglo XX en España. No me resisto a leerlas porque la tentación de la letra literaria es superior a mis fuerzas. Sin embargo, cada página que paso afloran los recuerdos de historias contadas a veces en voz baja, a veces a voz en grito, siempre cargadas de rabia y desconsuelo.

Uno de los protagonistas de El corazón helado le dedica estas palabras a su abuela, muerta en una cárcel franquista:

 

 

 

Nunca podría saber que había resucitado en mi amor, en mi orgullo, que seguiría alentando en el orgullo y en el amor de mis hijos, y de los hijos de mis hijos. Porque las manos no son más rápidas que la vista, y la óptica es una ciencia paradójica, y la hierba es capaz de crecer en los desiertos, y el final de un  capítulo no es el fin de la historia, y la vida de una mujer admirable no termina con su muerte. Todo eso sentí, todo eso conté, su voz en la mía, para que mi abuela volviera a ganar la guerra aquella noche, y Teresa González Puerto ganó la guerra, y en su triunfo triunfó la razón (…).

Y con estas palabras reconoce su papel como escritora y el papel de sus novelas («todo eso conté, su voz en la mía»).