Gracias a todos los lectores


Gracias a todos los lectores por su participación ayer en el Taller de Lectura de los Clásicos. Lazarillo nos hizo reír, nos estremeció y nos recordó lo difícil que es mantener la dignidad cuando hay que enfrentarse a una realidad hostil.

IMG_0023

 

Gracias a Inés y a Fernando por las fotos. Si fuera por mí no quedaría recuerdo gráfico. Una vez que me pongo manos a los libros la pasión borra lo demás. Creo que se aprecia. IMG_0026

 

 

 

 

 

 

 

 

Gracias por las carcajadas, las medias sonrisas y los ojos aguados de más de uno. Nos veremos de nuevo el miércoles 4 de noviembre a las 6 para disfrutar de la pluma de dos grandes, Fray Luis de Léon y Teresa de Jesús.

Hasta entonces, sigan leyendo.IMG_1395

Un académico más


IMG_1365La Academia Dominicana de la Lengua se fundó en Santo Domingo, República Dominicana, el 12 de octubre de 1927. Ayer cumplimos ochenta y ocho años. Conmemoramos nuestro octogésimo octavo aniversario (por reivindicar nuestros ordinales, tan poco y tan mal usados). Y este año lo vamos a celebrar leyendo, y leyendo nada más y nada menos que La vida de Lazarillo de Tormes, y de su fortuna y adversidades.

Digna celebración para una corporación académica que tiene como misión fomentar el estudio y el buen uso de la lengua española. Y nada fomenta más el buen uso de la lengua que la lectura, especialmente si es la de nuestros clásicos. El autor del Lazarillo, quien prefirió mantener el anonimato, hizo gala de su genio y lo puso al servicio de la crítica social. Con él nos legó una obra extraordinaria que se convirtió en la semilla del género picaresco.

En la Academia Dominicana de la Lengua estamos releyendo a los clásicos de nuestra literatura desde enero. Nos estamos acercando a sus páginas con avidez y respeto. Los azares de la cronología han querido que el pícaro más malaventurado de nuestra literatura sea el anfitrión de nuestro aniversario. Quizás, allá por 1927, no habríamos contado con el beneplácito de nuestro primer director, Monseñor Nouel, puesto que los clérigos no salen muy bien parados en la novela, que llegó a estar prohibida por la Inquisición. Sin ninguna duda lo habrían disfrutado otro académico fundador, Manuel Patín Maceo, quien ocupó el sillón E, y su sucesor en este sillón, el insigne Mariano Lebrón Saviñón, nuestro director durante dieciocho años.

Me atrevo a asegurar que un crítico literario como nuestro actual director, Bruno Rosario Candelier, saluda a Lazarillo como anfitrión. Un tiguerito curtido en mil y una andanzas, las más de ellas desventuradas, que escribe una relación de su vida y adversidades para ser recompensado “no con dineros, mas con que vean y lean sus obras y, si hay de qué, se las alaben”. Lazarillo, desde luego, en esto, podría haber sido un académico más.

 

Una odisea de palabras


Los l291. Colonia Wallraf-Richard 20140706ibros y la literatura son responsables de la creación de mundos extraordinarios poblados de personajes que llegan a convivir con nosotros de igual a igual. Sus nombres propios saltan de la lengua literaria a la cotidiana en un juego de metáforas que los convierte en nombres comunes, a los que llamamos epónimos, y que se escriben con inicial minúscula.

La Odisea, el extraordinario poema de Homero, brincó desde los versos al mundo cotidiano para denominar un viaje largo cargado de aventuras o  esa sarta de peripecias que a veces nos toca vivir.

La Tragicomedia de Calisto y Melibea, de Fernando de Rojas, publicada en 1499, está protagonizada por Celestina quien, con su personalidad y sus tejemanejes, prestó  su nombre a las alcahuetas, dedicadas por oficio o por ocupación a concertar relaciones amorosas.

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades, novela anónima de 1554, relata la vida de Lázaro, el pícaro guía de un ciego. Su juventud hacía que lo llamaran Lazarillo, y este nombre, convertido ya en sustantivo común,  denomina a las personas que sirven de guías a los ciegos y, por extensión, a las personas o animales que acompañan a quienes necesitan ayuda.

Don Juan Tenorio, fecundo personaje literario, prestó su tratamiento, su nombre de pila e incluso su apellido para que designaran a donjuanes y tenorios, hombres seductores, mujeriegos, frívolos e inconstantes.

En algún caso es el poeta el que presta su apellido, como le sucedió a Francisco de Quevedo y Villegas, a quien  tradicionalmente se retrata con unos anteojos redondos que han llegado a denominarse quevedos.

Nuestro protagonista literario más universal, don Quijote de La Mancha, criatura del incomparable Cervantes, cabalga a lomos de Rocinante (rocín antes) y los dos han atravesado la realidad literaria para convertirse en palabras de a pie. Los quijotes  valoran sus ideales por encima de su provecho mientras los rocinantes mantienen su condición de jamelgos.

Si somos afortunados  nos tocará recorrer esta odisea de la vida guiados por lazarillos (incluso con su poquito de picaresca) y acompañados por quijotes a lomos de rocinantes; sabremos evitar a celestinas y tenorios aunque para saber distinguirlos debamos armarnos de unos perspicaces quevedos.