Un sonido para dos letras


Siempre me ha sorprendido el curioso afán de muchos comunicadores y de muchos docentes, salvo honrosas excepciones, por diferenciar la pronunciación de nuestras queridas, y en ocasiones odiadas, b y v. En español la pronunciación bilabial, es decir, aproximando o cerrando los labios, es la correcta para ambos fonemas.

            La distinción entre b y v, al pronunciar esta última como fonema labiodental, apoyando los dientes superiores sobre el labio inferior, es forzada y no responde a la realidad de nuestra lengua. Fuerzan la pronunciación afectada y, en cuanto «bajan la guardia», regresan a la pronunciación natural y correcta. Lo más sorprendente es encontrar este fenómeno en hablantes que no observan la mayoría de las reglas para emplear nuestro idioma con corrección. Poco o nada les preocupa la propiedad en la elección del vocabulario, la conjugación correcta de los verbos o la concordancia de género o número. Sus esfuerzos por expresarse bien se reducen a esa inverosímil diferencia de pronunciación. Muy bien podrían ahorrárselos.

La b y la v en español representan el mismo sonido y sólo se distinguen en la escritura. Se pronuncian igual basto y vasto, sabia y savia.  Nos dan nuestros quebraderos de cabeza, es verdad, pero no tan graves que no puedan curarse con algunas reglas ortográficas muy elementales y sobre todo, con mucha lectura, que suele ser el remedio para muchos males.

La aventura de vivir


Coincidí con Inés Aizpún hace unos días. Y coincidí con ella en más de una acepción del verbo coincidir. Concurrimos simultáneamente al auditorio de Unibe convocadas por esta universidad y por la Fundación Felipe González para escuchar al expresidente del Gobierno de España hablar sobre gobernanza y globalización. Desde luego yo no había logrado zafarme aún de la extraña sensación de volver a la normalidad, aunque fuera descafeinada. Coincidí con ella además en el sentido figurado de ‘estar de acuerdo en una idea, opinión o parecer sobre algo’. Y lo sé porque Aizpún se hizo eco en su AM del hicapié que hizo González en la prioridad de la educación como clave para el desarrollo humano.

Felipe González le pidió a la universidad que se centrara en educar sobre la condición humana. El conocimiento científico es esencial y prioritario, el conocimiento técnico también; pero ninguno de esos conocimientos, ni ningún otro, se sustentan si olvidamos el conocimiento sobre la naturaleza, el carácter, el pensamiento, la imaginación o los sueños; sobre todo aquello que nos hace humanos, para bien y para mal. Recordó González, con su don para contar, que, como suele suceder, se ha aquilatado con el paso de los años, que Aristóteles, Shakespeare y Cervantes siguen tan vigentes como el día en que tomaron el calamus aquel y la pluma estos para narrarse a sí mismos y también a nosotros, que los leemos –¿?– muchos siglos después.

¿Estará esta universidad de ahora preparada para asumir el reto? ¿Estará la universidad de nuestros días dispuesta a hacerse cargo de formar profesionales, de cualquier área – incluso, mientras más técnica mejor– que tengan presente la condición humana? ¿Por qué no una lectura de Don Quijote como materia transversal para salir al mundo preparados para la aventura de vivir?

Bombones para siempre


Cuando por la mañana bien temprano me encaminaba a mi oficina, solía encontrarme con Doi, con don Manuel Salvador Gautier, que paseaba a sus perros a paso largo y firme. Su porte y su silueta inconfundibles no lo dejaban pasar desapercibido. Más de una vez me detuve a saludarlo. A pesar de nuestros encuentros frecuentes en la Academia Dominicana de la Lengua, lo recuerdo mejor en estas breves conversaciones, a pie de calle, cerca del mar en el fresco de la mañana; revivo la calidez de su palabra, la perspicacia de su mirada y, en especial, su actitud templada y serena. 

Recién llegada a esta isla, me regaló su primera novela, El atrevimiento, primer volumen de su tetralogía Tiempo para héroes. Con ella empecé a conocer literariamente la historia dominicana. Cuando supe de su muerte, busqué sus obras en mi biblioteca y, mientras recorría sus lomos, recordé que en esa primera novela Doi me había dejado una dedicatoria: «A María José, con la esperanza de que sus estudios de filología sirvan para entender a los dominicanos y para que los dominicanos se entiendan ellos mismos». Tremenda responsabilidad, sobre todo viniendo de la pluma de don Manuel, premio nacional de literatura. Me da por pensar que tenía razón. ¿Para qué otra cosa si no sirven la literatura y la filología?

A Doi le gustaban los bombones. Para siempre se me quedó entre las manos la caja de bombones que un día íbamos a compartir. Para siempre se quedarán en mis manos, y espero que en la de todos los lectores, sus novelas.

No volverán a ser los mismos


Ha llegado la hora de ponernos en serio con los propósitos –que no resoluciones– para 2022. No sé si entre los que se han trazado para este año se encuentra aprender más sobre nuestra lengua. Si ni siquiera se les había pasado por la cabeza esta idea, los invito a mejorar la ortografía, acrecentar y afianzar el vocabulario o habituarse a la lectura. Cualquiera de estos objetivos puede ayudarnos a desenvolvernos mejor con las palabras. Tomen lápiz y papel, celular, tableta o computadora y dispónganse a anotar pequeñas metas que puedan ir alcanzando cada semana.

Deben elegir objetivos concretos, útiles y realistas. Si se trata de ortografía, elijan cada semana una palabra de esas que siempre les provocan dudas; manoséenla, consúltenla en el diccionario, escríbanla unas cuantas veces, aprendan las razones que hay detrás de su escritura correcta. Palabra a palabra irán salvando esos escollos.

Si se trata de conocer más voces, busquen cada semana un término desconocido que hayan oído o leído por ahí; búsquenlo en el diccionario, aprendan sus sentidos y sus usos; incorpórenlo a su conversación diaria, aunque sea de relajo; háganlo suyo. 

Si se trata de lectura, nada más fácil. Pónganse una meta poco ambiciosa. Pueden organizarse, por ejemplo, reservando un periodo de tiempo diario para leer. No tienen que ser dos horas; bastaría para empezar con dedicar quince minutitos de nada. Róbenselos a Whatsup, por ejemplo, y me lo agradecerán. Tienen la opción de marcarse un número concreto de páginas para cada día. No importa el formato, lo verdaderamente importante es que la lectura pasará a ser parte de su vida diaria. Ni ustedes ni su lengua volverán a ser los mismos.

La giganta de Sevilla


Pasear por las calles de Sevilla es releer a cada paso un fragmento de la obra cervantina; también cuando levantamos la vista y, bajo el palio sevillano, nuestra mirada se encuentra con la Giralda, minarete devenido en campanario de la imponente catedral. En su tope se enhiesta una veleta singular con la figura de una mujer cuyas manos empuñan una palma y un escudo. Sus dos toneladas de bronce encumbradas sobre Sevilla no le restan gracilidad ni impiden que el Giraldillo, como la llaman los sevillanos, siga moviéndose al compás del viento. 

La veleta se realizó a finales del XVI, unas décadas antes de la publicación del «Quijote». El bachiller Sansón Carrasco, transmutado en Caballero del Bosque, se jacta ante don Quijote, en el capítulo XIV de la segunda parte de la novela cervantina, de haber desafiado a la «famosa giganta de Sevilla». Sí, «giganta», femenino de «gigante», que según el «DEL» es el ‘ser fabuloso de enorme de estatura, con figura humana, que aparece en cuentos y fábulas mitológicas’. 

Por capricho de su amada Casildea de Vandalia, «una vez me mandó que fuese a desafiar a aquella famosa giganta de Sevilla llamada la Giralda, que es tan valiente y fuerte como hecha de bronce, y sin mudarse de un lugar es la más movible y voltaria mujer del mundo. Llegué, vila y vencila, y hícela estar queda y a raya, porque en más de una semana no soplaron sino vientos nortes». Ironía cervantina en estado puro. La giganta está realmente hecha de bronce; no se mueve de su sitio, aunque sí a merced del viento. Emulando el «veni, vidi, vici» atribuido a Julio César, el caballero la inmoviliza gracias a que en Sevilla «solo soplaron vientos nortes». El relato las hace parecer hazañas, la realidad las desbarata.

Hay otra Giraldilla volteándose a los vientos caribeños que soplan sobre la torre del Castillo de la Real Fuerza de La Habana. La leyenda cuenta que la veleta habanera representa a la sevillana Isabel de Bobadilla mientras espera el regreso de Hernando de Soto de su expedición en busca de la de la eterna juventud. Dos veletas muy sevillanas que despiertan nuestra imaginación desde sus legendarias atalayas. 

Castelo de Silves


Comienzo 2020 andando y leyendo en el Algarve. Mis pasos me llevan al Castelo de Silves. Dentro de sus murallas y en la profundidad de su aljibe recuerdo la añoranza por la tierra natal que evoca Al Mutamid, rey poeta de Sevilla, en estos versos:

¡Hala, Abu Bakr!, saluda mis posadas de Silves. 

Pregúntales si añoran los días de amores como yo. 

Saluda al palacio de las Barandas de parte 

de un mozo siempre ansioso de estar ahí, 

guarida de leones y deliciosas doncellas. 

El recuerdo del rey poeta me traslada a las aguas del Guadalquivir rizadas por la brisa. Cuenta la leyenda que el rey improvisó un verso («El viento teje lorigas en las aguas») y que una lavandera llamada Rumaikiyya lo enamoró respondiéndole con otro («¡Qué coraza si se helaran!»). La poetisa que se convirtió en reina de Sevilla quizás es la destinataria de este hermoso poema de Al Mutamid:

¡Oh, mi elegida entre todos los seres humanos! 

¡Oh, estrella! ¡Oh, luna! 

¡Oh, rama cuando camina;

oh, gacela cuando mira! 

¡Oh, aliento del jardín, cuando 

lo agita la brisa de la aurora! 

¡Oh, dueña de una mirada lánguida, 

que me encadena! 

¿Cuándo me curaré? ¡Por ti daría la vista y el oído!

Tu frescor aliviaría 

la oscuridad de mi corazón. 

La noche de tu ausencia es larga.

¡Que nuestro abrazo de amor sea como el alba! 

Rey y reina poetas son los protagonistas del exemplo XXX de «El conde Lucanor»: 

«Et acaesçió que un día, estando en Córdova en el mes de febrero, cayó una nieve; et cuando Ramaiquía la vio, començó a llorar. Et preguntól’ el rey por qué llorava.

Et ella díxol’ que por que nunca la dexava estar en tierra que viesse nieve. Et el rey, por le fazer plazer, fizo poner almendrales por toda la xierra de Córdova; porque pues Córdova es tierra caliente et non nieva ý cada año, que en el febrero paresciessen los almendrales floridos, que semejan nieve, por le fazer perder el deseo de la nieve».

Los almendros en flor también traerán en febrero la nieve a las tierras del Algarve. Y desde su añorada posada de Silves la contemplarán Rumaikiyya y Al Mutamid.