Los dos idiomas


            Hace unos años ya, en una visita a España, mi hijo, un niño en ese entonces, les decía a sus amigos en el parque infantil: «Yo soy español y dominicano y hablo los dos idiomas». Ni que decir tiene que ese «bilingüismo» precoz lo convirtió en el héroe del barrio. Me sorprendió y me enorgulleció lo que ese comentario suponía para un niño de corta edad. Su trascendencia radicaba en que manifestaba, a su manera, la experiencia de descubrir las diversas formas de hablar español. 

            El reconocimiento y la asunción de la diversidad es un paso muy importante para crecer como hablantes. Saber que nuestra forma de hablar es distinta de la de otras regiones hispanoparlantes y asumir que esta diferencia no nos hace mejores hablantes, pero tampoco peores, tiene mucho valor. Implica además el reto de conocer y valorar en su justa medida las características que nos son propias.

            La conciencia de la diferencia debe servir para aprender de los demás: más palabras, más significados para las mismas palabras, distintos acentos. No caigamos en el error de mirarnos solo nuestro propio ombligo. Sería una verdadera lástima limitar nuestros horizontes lingüísticos cuando el español supone todo lo contrario: amplitud, diversidad y riqueza. Como hablantes, si queremos expresar nuestro orgullo por lo que somos, podríamos empezar por decir: «Somos dominicanos (o españoles, colombianos, puertorriqueños, y así hasta veintidós nacionalidades, puede que más) y hablamos en español».

Con el acento en nuestras madres


16. Artículo Con el acento en nuestras madres   Un año más vuelve el mes de mayo y con él llega la celebración del Día de la Madre. Como muchas otras fechas, muy explotadas por motivos comerciales, tiene en su origen una motivación noble. Nunca está de más recordar y recordarles cuánto las queremos, cuánto las necesitamos y cuánto les debemos.

Para la mayoría de nosotros la figura materna evoca una infancia de cuentos y canciones, de buenos sabores y de buenos olores, de caricias y de alguna que otra reprimenda. De sus labios aprendemos las primeras palabras y su acento nos introduce en el universo de nuestra lengua. Hay estudios recientes que indican que los recién nacidos reproducen en sus llantos características sonoras del idioma que escucharon ya desde el vientre materno. Es por esa razón por la que llamamos materna a la lengua con la que empezamos a aprender y a conocer el mundo. La expresión lengua materna no se opone a la expresión lengua paterna, sino a lengua extranjera o a segunda lengua. Nuestra aspiración es que el papel que desempeñan los padres en la transmisión de los conocimientos lingüísticos en los primeros años de la vida sea cada vez mayor; esta implicación creciente en la crianza y en la educación de los hijos, habitualmente reservadas a la madre, logrará un protagonismo compartido para ambos progenitores.

La palabra madre, como la mayoría de las de nuestra lengua, deriva del latín,  lengua madre del español y de la familia de las lenguas romances, como el francés, el italiano, el rumano, el catalán, el gallego o el portugués. El tierno mama, que ya ha quedado relegado a zonas rurales, pasa a pronunciarse mamá gracias a la influencia que el francés ejerció en el español en el siglo XVIII. La dominicana mai es en su origen un portuguesismo. Distintos miembros de una misma familia.

En el español americano mami o mamita dejan de designar a la madre cuando se usan para dirigirse a la novia o a la esposa en una expresión afectuosa; o cuando salen a pie de calle, junto con las mamacitas, mamazotas o mamichulas, para referirse a una mujer atractiva. Algún día tendremos que analizar detenidamente este deslizamiento del significado de un término que todos sentimos tan cercano.

Como si de una verdadera madre se tratara, de la palabra madre han surgido nuevos significados y también nuevas palabras. Está en el origen de las madrastras, de las madrinas y de las matronas, del madrinazgo y del matrimonio, de las comadres y del comadreo.  A la universidad la conocemos como la alma máter, expresión latina que significa ‘madre nutricia’, que nos recuerda metafóricamente su función como madre proveedora de alimento para la inteligencia.

Les debemos a nuestras madres, entre otras muchas cosas, el respeto por el valioso legado que nos transmitieron palabra a palabra. Empezamos a reconocer su dificultad y su grandeza cuando nos toca ser madres y heredamos la hermosa responsabilidad de enseñar a hablar a nuestros hijos.

 

La lengua según Javier Marías


Javier Marías Lección pasada de moda

Javier Marías Lección pasada de moda

Javier Marías, novelista y académico por el que confieso que siento una predilección especial, sabe decir las cosas como pocos. Si yo fuera capaz de escribir creativamente, que no lo soy, me gustaría escribir como escribe Javier Marías. Su preocupación por el buen uso de nuestra lengua está teñida muchas veces de desánimo; tengo que reconocer que, siendo realistas, ese desánimo está justificado casi siempre. Una muestra de este desánimo, aunque con siempre con un deje irónico dirigido a los buenos entendedores, es el título de la obra en la que se recogen sus artículos dedicados a la lengua: Lección pasada de moda.

Pero la grandeza de la lengua nos exige que asumamos la responsabilidad que tenemos todos los hablantes, los extraordinarios como Marías y los que estamos a pie de calle, en su defensa. Reflexionemos sobre las palabras que incluye Javier Marías en uno de estos artículos:

“La lengua es lo único que poseemos todos, incluso en las peo­res circunstancias. La tienen por igual los pobres y los ricos, los sabios y los ignorantes, los sanos y los enfermos, los de izquierdas y los de derechas. Cada uno de una manera distinta, claro está, y con un grado de dominio diferente. […] Y, siendo la lengua común, y perteneciendo a todos y a nadie, no hay dos hablas idénticas. La manera de hablar de cada persona es tan úni­ca como nuestras huellas dactilares”.

 

Mal de muchos…


A los hispanohablantes nos corresponde la responsabilidad de aumentar el aprecio que nosotros mismos tenemos por nuestra lengua materna. Con la consulta de un hablante al servicio de consultas de la Academia Dominicana de la Lengua recordé una anécdota que el escritor, profesor y académico granadino Francisco Ayala recoge en sus memorias a propósito de un discurso del gobernador Muñoz Marín en Puerto Rico. Les reproduzco aquí sus palabras para que nos sirvan de reflexión:

«[…] para añadir una nota ligera, quiero aducir el memorable discurso que hacia 1955 pronunció el gobernador Muñoz Marín en defensa de la cultura propia de la isla, discurso que tendría varias repercusiones de sano humorismo, entre ellas una canción, bolero o lo que fuere que, bajo el título de Agapito’s bar, ponía en solfa un punto anecdótico marcado por el orador cuando refirió que, en sus viajes por la isla, había tropezado con una taberna a la que engalanaba el rótulo de «Agapito´s bar»; y el gobernador exhortaba a Agapito a prescindir de extranjerismo tan ridículo, sin darse cuenta de que Agapito’s bares los hay a montones en Perú, en España, en Francia, en Italia y hasta en Turquía».

Como dice el refrán castizo: mal de muchos, consuelo de tontos.