La giganta de Sevilla


Pasear por las calles de Sevilla es releer a cada paso un fragmento de la obra cervantina; también cuando levantamos la vista y, bajo el palio sevillano, nuestra mirada se encuentra con la Giralda, minarete devenido en campanario de la imponente catedral. En su tope se enhiesta una veleta singular con la figura de una mujer cuyas manos empuñan una palma y un escudo. Sus dos toneladas de bronce encumbradas sobre Sevilla no le restan gracilidad ni impiden que el Giraldillo, como la llaman los sevillanos, siga moviéndose al compás del viento. 

La veleta se realizó a finales del XVI, unas décadas antes de la publicación del «Quijote». El bachiller Sansón Carrasco, transmutado en Caballero del Bosque, se jacta ante don Quijote, en el capítulo XIV de la segunda parte de la novela cervantina, de haber desafiado a la «famosa giganta de Sevilla». Sí, «giganta», femenino de «gigante», que según el «DEL» es el ‘ser fabuloso de enorme de estatura, con figura humana, que aparece en cuentos y fábulas mitológicas’. 

Por capricho de su amada Casildea de Vandalia, «una vez me mandó que fuese a desafiar a aquella famosa giganta de Sevilla llamada la Giralda, que es tan valiente y fuerte como hecha de bronce, y sin mudarse de un lugar es la más movible y voltaria mujer del mundo. Llegué, vila y vencila, y hícela estar queda y a raya, porque en más de una semana no soplaron sino vientos nortes». Ironía cervantina en estado puro. La giganta está realmente hecha de bronce; no se mueve de su sitio, aunque sí a merced del viento. Emulando el «veni, vidi, vici» atribuido a Julio César, el caballero la inmoviliza gracias a que en Sevilla «solo soplaron vientos nortes». El relato las hace parecer hazañas, la realidad las desbarata.

Hay otra Giraldilla volteándose a los vientos caribeños que soplan sobre la torre del Castillo de la Real Fuerza de La Habana. La leyenda cuenta que la veleta habanera representa a la sevillana Isabel de Bobadilla mientras espera el regreso de Hernando de Soto de su expedición en busca de la de la eterna juventud. Dos veletas muy sevillanas que despiertan nuestra imaginación desde sus legendarias atalayas. 

Castelo de Silves


Comienzo 2020 andando y leyendo en el Algarve. Mis pasos me llevan al Castelo de Silves. Dentro de sus murallas y en la profundidad de su aljibe recuerdo la añoranza por la tierra natal que evoca Al Mutamid, rey poeta de Sevilla, en estos versos:

¡Hala, Abu Bakr!, saluda mis posadas de Silves. 

Pregúntales si añoran los días de amores como yo. 

Saluda al palacio de las Barandas de parte 

de un mozo siempre ansioso de estar ahí, 

guarida de leones y deliciosas doncellas. 

El recuerdo del rey poeta me traslada a las aguas del Guadalquivir rizadas por la brisa. Cuenta la leyenda que el rey improvisó un verso («El viento teje lorigas en las aguas») y que una lavandera llamada Rumaikiyya lo enamoró respondiéndole con otro («¡Qué coraza si se helaran!»). La poetisa que se convirtió en reina de Sevilla quizás es la destinataria de este hermoso poema de Al Mutamid:

¡Oh, mi elegida entre todos los seres humanos! 

¡Oh, estrella! ¡Oh, luna! 

¡Oh, rama cuando camina;

oh, gacela cuando mira! 

¡Oh, aliento del jardín, cuando 

lo agita la brisa de la aurora! 

¡Oh, dueña de una mirada lánguida, 

que me encadena! 

¿Cuándo me curaré? ¡Por ti daría la vista y el oído!

Tu frescor aliviaría 

la oscuridad de mi corazón. 

La noche de tu ausencia es larga.

¡Que nuestro abrazo de amor sea como el alba! 

Rey y reina poetas son los protagonistas del exemplo XXX de «El conde Lucanor»: 

«Et acaesçió que un día, estando en Córdova en el mes de febrero, cayó una nieve; et cuando Ramaiquía la vio, començó a llorar. Et preguntól’ el rey por qué llorava.

Et ella díxol’ que por que nunca la dexava estar en tierra que viesse nieve. Et el rey, por le fazer plazer, fizo poner almendrales por toda la xierra de Córdova; porque pues Córdova es tierra caliente et non nieva ý cada año, que en el febrero paresciessen los almendrales floridos, que semejan nieve, por le fazer perder el deseo de la nieve».

Los almendros en flor también traerán en febrero la nieve a las tierras del Algarve. Y desde su añorada posada de Silves la contemplarán Rumaikiyya y Al Mutamid.

Anda y lee


El otoño del año que acabamos de dejar atrás me encontró en Atenas. No hay un sitio como Grecia para comprender que las lecturas hacen florecer el viaje. Lugares y palabras se entrelazan y se enriquecen mutuamente. En Atenas surgió la idea de compartir los lazos que voy tejiendo entre libros, palabras y lugares. No son entramados espectaculares; a veces solo provocan el parpadeo de una llama en la memoria o desatan un brillo que se avecina en el camino. 

Mi idolatrado Miguel de Cervantes puso en boca de don Quijote en el capítulo XXV de la segunda parte el aforismo castellano que marida lectura y viaje: «[…] el que lee mucho y anda mucho vee mucho y sabe mucho». Las palabras del ingenioso caballero componen el título y la etiqueta de estos pequeños escritos que me propongo compartir: #andaylee.  

Cercas sobre las sombras


En España se escribe y se escribe sobre la guerra. Yo leo y leo, porque quizás lo que nos duele solo puede asumirse cuando lo leemos.
Javier Cercas conjura las sombras del pasado y la poca fiabilidad de la memoria con un valiente ejercicio de memoria y de literatura, de historia y fantasía, y se convierte en el narrador de sí mismo, y de todos los que a través de él siguen vivos, vencedores o vencidos, falsos vencedores y falsos vencidos. Nos advierte que «no es verdad que el futuro modifique el pasado, pero es verdad que modifica el sentido y la percepción del pasado». Y no hay nada que contenga más futuro que un libro.
Si al novelista le está permitida la literatura, a los lectores nos está permitida la lectura que nos ayude a divisar nuestra patria, aquella por la que lloró Sancho cuando la oteó en lontananza al regreso de sus aventuras escuderiles, y a reconocernos en ella; si no a asumir la culpa, sí al menos a  asumir la responsabilidad.
Y 《si uno es de donde da su primer beso y de donde ve su primer western, yo me declaro de donde leí mi primer libro.
El monarca de las sombras sobrevive en esta novela y vive la larga vida de los libros.

Parker y Nueva York


Preparo un nuevo viaje a Nueva York. Para mí pensar en Nueva York es recordar a
Dorothy Parker. Bajo a la biblioteca y busco en la estantería que guarda los libros que están esperando lectura. Siempre llena. Leo y leo y la pila nunca baja. Y digo pila porque apilo los libros que aún no he leído. Un viaje reciente cargado de visitas ha acrecentado la pila. Para mí el placer de leer se acrecienta cuando contemplo esa pila de páginas que me asegura que el horizonte está plagado de palabras.

Ya he leído a Dorothy Parker; la descubrí hace unos años en un librero de viejo. Fue leer su primer cuento y devorar todo lo que encontré firmado por ella. Entre mis últimas adquisiciones está una bellísima edición que Lumen ha hecho de sus cuentos: Colgando de un hilo. 

Echo a Dorothy Parker y a Colgando de un hilo en la maleta, aunque no es precisamente un libro de bolsillo. Esta vez no importa. Tengo solo unos días para Nueva York y llevo la maleta casi vacía.

Si leemos una obra cuya lengua original no es el español tenemos que asegurarnos de que la traducción no desmerezca. No desmerecen a Parker en absoluto los traductores Jordi Fibla, Celia Filipetto y Carmen Franci. Isabel Núñez se atreve con el poema que abre el libro: Hombres con los que no me he casado. Simone Massoni es responsable de las ilustraciones. Sin estorbar, enredan las páginas del libro con un extraordinario cable telefónico rojo que enlaza tacones de aguja, copas de martini, collares de perlas, baúles de viaje, ramos de flores con su tarjeta, teteras, polveras, barras de labios…

La mordacidad de Dorothy Parker me estimula y la hacía imprescindible en la tertulia del Algonquin, al este de la calle 44 en Manhattan. Sus mujeres neoyorquinas, siempre pendientes del hilo telefónico, continúan hablando en sus páginas. Su legado está en manos de la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color. Todavía resunan sus palabras en los diálogos de Ha nacido una estrella (1937) y basta recorrer las calles al oeste de Broadway y paladear un sorbo de buen whisky, o releer sus cuentos bien despacio, para que Dorothy Parker reviva una vez más en Nueva York.

 

Un encuentro esperanzador


Casi todos odiamos la salas de espera; sin embargo, a veces esos espacios de paso nos brindan sabrosos encuentros. En la sala de espera de una oficina pública me encontré con un joven de unos quince años inmerso en la lectura de El amor en los tiempos del cólera, del magistral Gabriel García Márquez. Sí, inmerso, sumergido entre palabras, como nos gusta estar a los lectores. Siempre que encuentro a alguien leyendo me pica la curiosidad. Lo abordé y me contó que leencantaba García Márquez. Seguí curioseando; quizás llevada por la deformación profesional; quizás porque, casi siempre, me reconozco en los lectores. Cien años de soledad era su preferido.           verano-2005-237

La sorpresa no se quedó ahí. En nuestra conversación surgieron Los Miserables de Víctor Hugo, la Marianela de Pérez Galdós y las Grandes esperanzas de Charles Dickens. Nos enredamos entre títulos y géneros. El trámite que el joven lector había ido a hacer y su espera terminaron. Me quedé con ganas de seguir preguntando, por ejemplo, si ya se había topado con don Quijote y Sancho Panza en alguna de sus aventuras librescas. Si hay algo que disfrutamos los lectores es leer y hablar de libros.

Emilie Buchwald escribió que «los niños se hacen lectores en los regazos de sus padres»; yo añado, con permiso de doña Emilie, y con la guía de sus maestros. Estoy segura de que mi amigo lector ha disfrutado de padres lectores o de un buen maestro, o de ambos. La vida nos reserva, en los sitios más insospechados, pequeñas experiencias que nos reconcilian con ella.