Fin de año


Diario de Marie CurieCada año, cuando llegan estas fechas, acostumbramos a desear lo mejor a los que nos rodean. Los deseos son siempre los mismos. Quizás por esta razón encontramos demasiado trilladas las palabras para expresarlos.

Para hacerles llegar a mis lectores mis esperanzas para 2015 me he auxiliado de las palabras que una mujer extraordinaria eligió para la felicitación navideña de su hija Irene en 1928.

Nadie como un hijo resume lo más  querido, lo más cercano  y, a la par, lo más desconocido. En ellos se resumen nuestros miedos y nuestras aspiraciones. Este año he descubierto a Marie Curie, primera mujer que obtuvo el Premio Nobel y, además, por si fuera poco, en dos ocasiones. Esta mujer, con una voluntad y una mente incomparables, supo expresar con palabras precisas lo que yo les deseo para el año próximo:

«Os deseo un año de salud, de satisfacciones, de buen trabajo, un año durante el cual tengáis cada día el gusto de vivir, sin esperar que los días hayan tenido que pasar para encontrar su satisfacción y sin tener necesidad de poner esperanzas de felicidad en los días que hayan de venir».

Las grandes inteligencias saben expresar también la grandeza de lo cotidiano, de lo que nos depara cada día. Este año, como casi todos, tendrá trescientos sesenta y cinco días para aprovechar al máximo.  Solo de nosotros depende que logremos apurarles hasta la última gota de aprendizaje, de alegría, de amor.

 

Lecturas muy personales: «La ridícula idea de no volver a verte»


Obra Rosa Montero

 

La personalísima lectura que hace Rosa Montero del diario de Marie Curie nos transporta a la vida personal y profesional de esta mujer extraordinaria guiados por una contadora de historias.  Con las páginas de La ridícula idea de no volver a verte revivimos el placer de que alguien, sentado a nuestro lado, nos cuente, con rara maestría,  un cuento; un cuento tan real y tan duro, pero también tan luminoso, como la vida misma.

Mientras Marie recobra la vida ante nuestros ojos, Rosa trata de entenderla y de entenderse a sí misma. Ser testigos privilegiados de esta relación nos hace entendernos a nosotros mismos.

La «rareza» de la figura de Marie Curie (Manya Sklodowska era su nombre de soltera) deslumbra en el cambio de siglo y sigue deslumbrándonos hoy, cuando aún no hemos superado tantas cosas. Marie era una mujer extraordinaria y, como tal, considerada una «rareza» que para muchos despedía, como suelen hacerlo sobre todo las mujeres excepcionales, un tufillo demoníaco. Rosa Montero reflexiona:

La normalidad es un marco convencional que homogeneiza a los humanos, como ovejas encerradas en un aprisco; pero, si miras desde lo suficientemente cerca, somos todos distintos.

Y, como esas deslumbrantes coincidencias de la vida que tanto seducen a Rosa Montero, los vericuetos de su vida ponen a Marie frente a Pierre, con quien compartió sus dos pasiones: el amor y la investigación.

Pierre Curie le propone a Marie en una carta, de esas que ya nunca recibimos, que compartan su vida. Los reto a encontrar una declaración de amor a la altura de la del reservado científico:

Sería muy hermoso, aunque no me atrevo a creerlo, pasar la vida uno junto al otro, hipnotizados por nuestros sueños.

Dos personas excepcionales trabajando y viviendo al unísono produjeron extraordinarios resultados científicos que cambiaron nuestro mundo y nuestra comprensión de la realidad, a pesar de trabajar entre penurias y contrariedades. Muchas veces les faltó el reconocimiento y, cuando llegó,  no supo estar a la altura de dos seres fuera de lo común.  Para explicárnoslo, Montero recurre a las palabras con las que Pierre Curie rechazó la Legión de Honor en 1902:

Por favor, agradezca al Ministro de mi parte e infórmele de que no siento la más mínima necesidad de ser condecorado,  pero que estoy en la más aguda necesidad de un laboratorio.

Un hombre extraordinario para una mujer extraordinaria. No es de extrañar que su muerte accidental y prematura supusiera un terremoto emocional en la vida de Marie Curie.

La convivencia con la muerte del amado, que Marie y Rosa tienen en común,  las enfrenta a la pequeñez de la memoria y a la inmensidad del olvido. Escribe Rosa Montero:

Somos relicarios de nuestra gente querida. Los llevamos dentro, somos su memoria. Y no queremos olvidar.

El paso del tiempo, la cercanía de la muerte y la inexorabilidad del olvido enseñan a Marie la grandeza del presente y, como madre al fin, comparte su sabiduría, en una carta navideña, con su hija Irene:

Cuanto más se envejece, más se siente que saber gozar el presente es un don precioso, comparable a un estado de gracia.

Marie  Curie ha aprendido a saborear el presente, siempre tan modesto y con tan pocas aspiraciones. Rosa Montero se observa (y hace que nos observemos) desde otra perspectiva:

Constatar una vez más la pequeñez de los humanos le quita gravedad a la muerte,  o al menos la hace tan pequeña como nosotros.  Cuando una se libera del espejismo de la propia importancia,  todo da menos miedo.

Nuestra vida pasa mientras le perdemos el miedo a la muerte. Con lo que nos sucede en su transcurso tenemos que ser capaces de crear nuestra historia. Escribe Rosa Montero que

[…] los humanos nos defendemos del dolor sin sentido adornándolo con la sensatez de la belleza. Aplastamos carbones con las manos desnudas y a veces conseguimos que parezcan diamantes.

Unas descubren el radio y la radiactividad; otras escriben novelas. Ambas consiguen que los carbones parezcan diamantes.