Quedarse sin palabras


Para los que trabajamos con el lenguaje hay pocas cosas más desconcertantes que quedarnos sin palabras. Nos rodean cada día, las estudiamos, las desmenuzamos, las perseguimos, solo a veces las alcanzamos y, entonces, nos las apropiamos y pasan a ser parte de nosotros. Cuando son nuestras nos ayudan a analizar el mundo, a ordenarlo, a entenderlo y a nombrarlo; y, ¿por qué no?, a cambiarlo.

El verbo analizar y el sustantivo análisis proceden de la lengua griega y desde su origen conllevan la idea de desatar, de disolver. En español, según nos cuenta el Diccionario de la lengua española, analizar consiste en distinguir y separar las partes de un todo para conocer su composición. Para un hablante, las palabras son imprescindibles para navegar en la realidad.  Más palabras, más herramientas para orientarse, para avanzar, para comprender, para tomar decisiones, para actuar.

Por eso me cuesta, y me duele, imaginar la reducción de la comprensión del mundo de aquellos que sobreviven con un pequeño puñado de palabras todólogas, de aquellos que no han tenido la oportunidad de ensanchar su horizonte verbal para ponerle nombre a los infinitos matices de lo que nos rodea. Enseñar más palabras, enseñar mejor las palabras, eso de «ampliar el vocabulario», que repetimos una y otra vez hasta vaciarlo de sentido, es una tarea trascendente. Nombrar el mundo exterior, ese que cada día empequeñece, y el mundo interior, ese que cada día se engrandece, en sus grados, en sus rasgos, en sus tonos, por sutiles que sean, nos ayuda a comprenderlo.

Escribió Albert Camus que «nombrar correctamente las cosas es una manera de intentar disminuir el sufrimiento y el desorden que hay en el mundo».

No volverán a ser los mismos


Ha llegado la hora de ponernos en serio con los propósitos –que no resoluciones– para 2022. No sé si entre los que se han trazado para este año se encuentra aprender más sobre nuestra lengua. Si ni siquiera se les había pasado por la cabeza esta idea, los invito a mejorar la ortografía, acrecentar y afianzar el vocabulario o habituarse a la lectura. Cualquiera de estos objetivos puede ayudarnos a desenvolvernos mejor con las palabras. Tomen lápiz y papel, celular, tableta o computadora y dispónganse a anotar pequeñas metas que puedan ir alcanzando cada semana.

Deben elegir objetivos concretos, útiles y realistas. Si se trata de ortografía, elijan cada semana una palabra de esas que siempre les provocan dudas; manoséenla, consúltenla en el diccionario, escríbanla unas cuantas veces, aprendan las razones que hay detrás de su escritura correcta. Palabra a palabra irán salvando esos escollos.

Si se trata de conocer más voces, busquen cada semana un término desconocido que hayan oído o leído por ahí; búsquenlo en el diccionario, aprendan sus sentidos y sus usos; incorpórenlo a su conversación diaria, aunque sea de relajo; háganlo suyo. 

Si se trata de lectura, nada más fácil. Pónganse una meta poco ambiciosa. Pueden organizarse, por ejemplo, reservando un periodo de tiempo diario para leer. No tienen que ser dos horas; bastaría para empezar con dedicar quince minutitos de nada. Róbenselos a Whatsup, por ejemplo, y me lo agradecerán. Tienen la opción de marcarse un número concreto de páginas para cada día. No importa el formato, lo verdaderamente importante es que la lectura pasará a ser parte de su vida diaria. Ni ustedes ni su lengua volverán a ser los mismos.

Sin fecha en el calendario


Carvoeiro, Algarve, Portugal

Último día del año, un día que nos inclina a pasar las hojas del calendario que termina y las del que se avecina. ¿Se han parado alguna vez a pensar en el propio calendario, ese objeto que registra nuestro sistema de representación del correr de los días? 

La palabra calendario procede del latino calendarium, y esta, a su vez, deriva del latín kalendae, palabra con la que los romanos designaban al primer día de cada mes. De la palabra calenda deriva el verbo calendar, para referirnos, según lo define el Diccionario de la lengua española, a la acción de ‘poner en las escrituras, cartas u otros documentos la fecha o data del día, mes y año’; un sinónimo curioso de fechar. En el español de América hemos creado calendarizar, derivado de calendario: ‘programar las fechas de determinadas actividades durante un periodo de tiempo’. 

En nuestra lengua el calendario también se llama almanaque. En el DLE rastreamos su origen hasta el árabe hispano almanáh, y descubrimos que procede del árabe clásico munáh ‘alto de caravana’. Nuestro diccionario académico explica la metáfora aludiendo a la costumbre de los pueblos semíticos de comparar los astros y sus rutas con las rutas de los camellos en las caravanas. 

Que el calendario o el almanaque que comenzaremos mañana esté repleto de encuentros con nuestros seres queridos, de libros pendientes de leer o releer, de experiencias de las que aprender o que compartir, de nuevas palabras; en definitiva, que el año próximo esté lleno de vida y amor, que, recuerden, no tiene horario ni fecha en el calendario. 

Tres días en Madrid. Ñapa


Tres días en Madrid. Tres días con las palabras. Ñapa de la segunda jornada. Cargada de buenas ideas y con ganas de seguir trabajando en proyectos comunes para el conocimiento y la divulgación del buen uso de la lengua española, después de un cafecito en el salón de pastas, la Casa de las palabras me reservaba una alegría más: conocer el fichero lexicográfico general de la Academia. Imaginen una colección de gaveteros, poblados de infinidad de pequeñas gavetas, en las que se custodian más de diez millones de papeletas. Ojo, no se trata de diez millones de esas papeletas que se están imaginando ustedes. Los lexicógrafos denominan papeleta a cada una de las fichas en las que registran, con las citas correspondientes, los usos de las palabras.

A los que ya manejamos bases de datos informatizadas se nos hace impensable la sola idea de manejar pequeñas gavetas atestadas de fichas cada una de las cuales documenta un uso, un ejemplo, una acepción, una cita literaria. Sin embargo, solo la visión de algunos de estos inmensos gaveteros sirve para dar una idea muy concreta de lo que supone enfrentarse a la elaboración de un diccionario, por pequeño y modesto que este sea. Sirve también para valorar y para honrar el trabajo de los lexicógrafos, artesanos del lenguaje, a cuyas obras recurrimos tan a menudo, o al menos deberíamos hacerlo, y de cuyo esfuerzo tan poco nos acordamos.

Para los que gusten de bucear en estos ficheros está disponible su consulta gratuita a través de la página del Nuevo diccionario histórico del español. Los vetustos gaveteros se conservan en la RAE; los nuevos lexicógrafos podemos aprovechar su contenido y seguir honrando el trabajo y la dedicación de las personas que los construyeron.

Recetas


Hoy que conmemoramos el aniversario del nacimiento de jacinto Gimbernard comparto la columna que publiqué a comienzos de 2017 dedicada a la palabra medalaganario.

Para empezar el año quiero recordar la curiosa obra que Jacinto Gimbernard publicó en 1980, una evocación nostálgica de aquellos inicios del siglo XX en los que su padre editaba la revista Cosmopolita. Un lector puntilloso, preocupado por la errática periodicidad de la revista, preguntó con cierto retintín si la revista era un semanario, un quincenario o un anuario. A la curiosidad del lector don Bienvenido respondió con seriedad: «medalaganario»; su hijo convierte la respuesta en el título de su obra: Medalaganario. No sabemos si don Bienvenido fue el primero; de lo que sí estamos seguros es de que surge así una nueva palabra, aprovechando los mecanismos que la lengua pone en marcha para la creación de nuevas voces.

La receta es la siguiente. Tome una locución verbal que se usa con frecuencia en el lenguaje coloquial: darle algo la gana a alguien. Conjúguela en tercera persona del singular: me da la gana. Conviértala en una raíz compuesta a partir de este verbo y estos pronombres: medalagan-. Aplique la derivación añadiéndole a esta base léxica el sufijo -ario/aria; esta derivación adjetival convierte el compuesto inicial en un adjetivo: medalaganario o medalaganaria. Si queremos rizar el rizo podemos incluso convertirlo en adverbio utilizando el método (todavía no nos decidimos los lingüistas si de derivación o de composición) de sumarle -mente a su forma femenina: medalaganariamente.

Ahora solo falta que la chispa de un hablante concreto prenda en el gusto de muchos, y que esa chispa se mantenga en el tiempo. Su creación acierta a ofrecer un término nuevo que resulta útil para calificar según qué acciones o decisiones, que, todo hay que decirlo, entre nosotros son más que frecuentes. Nosotros la adoptamos y la seguimos usando. Ha nacido una palabra. Y yo la adopto para hoy, con la primera «Eñe», celebrar mi cumpleaños y comenzar 2017 medalaganariamente.

In flagrante


Solemos usar la palabra flagrante formando parte de la locución adverbial in flagrante, como en el ejemplo Nos pillaron en flagrante. Esta locución significa ‘en el mismo momento de estarse cometiendo un delito’. Por eso, si a la locución le añadimos eSevilla verano 2008 067l sustantivo delito estaremos ante una redundancia. No así si lo usamos como adjetivo, con el significado ‘de tal evidencia que no necesita pruebas’, como en un delito flagrante. Es necesaria mucha finura lingüística para percibir los múltiples matices de cada palabra.

Esta es una de nuestras mejores oportunidades para crecer como hablantes. La propiedad en el uso de una palabra depende fundamentalmente del conocimiento y el dominio de los matices de su significado. Aprendemos a apreciarlos y conseguimos aplicar correctamente nuevas acepciones de palabras que ya conocíamos mediante la lectura reposada y el uso del diccionario. No hay mejor método para entender en profundidad lo que leemos, ampliar nuestro vocabulario y, al mismo tiempo, hablar cada día con más propiedad.