Aireario ideal


Cádiz produce en mí la sensación de estar en el centro del universo. Tiene mucho que ver con nuestra tierra de origen, pero también con esa relación especial que se establece con los lugares en los que hemos sido felices. Si por esos extraordinarios azares de la vida te toca ser feliz en Cádiz, lo serás como en ningún otro lugar del mundo. Cuando evoco a Cádiz de inmediato me rodean su luz y su brisa salina.

«[…] Este fresquito de Cádiz es el fresquito más alegre, más abierto, más alto que ha sentido mi carne nunca en el verano. Se diría que el airecillo surte del mar, como de su centro, […] que estamos en un aireario ideal, dentro del aire […]».  Juan Ramón Jiménez. 

Nadie como él para describirlo. Nadie como él para inventar la palabra «aireario». El poeta moguereño zarpó del puerto de Cádiz en su viaje hacia Nueva York al encuentro de Zenobia Camprubí, su futura esposa, y a él regreso con ella. La «salada claridad» gaditana lo acompaña en el diario poético que escribió sobre su viaje en 1916: «Diario de un poeta recién casado».

«En el botón de oro de mi puño, Cádiz, un poquito más pequeña que es, se refleja toda, tacita de oro, ahora. Está, en mi orito redondo, como en su mundo, con su torre de Tavira, con su mar y su cielo completos por el círculo. Todos sus colorines, esos verdes de sulfato de cobre con cal, esos rosas de geranio, esos azules marinos, esos blancos traslúcidos, al recogerse en lo diminuto, parecen facetillas de una breve ciudad de diamante enquistada por mano fililí en mi botón, que el oro del metal magnifica como en una caída de tarde espiritual, nítida y gloriosa».

Cádiz, la tacita de plata, se convierte en tacita de oro en el reflejo del botón de oro de los puños de la chaqueta de Juan Ramón. Solo un genio es capaz de reflejar la luz de Cádiz como la misma Cádiz. Vayan y lean. Viaje exterior e interior en un solo libro.