La lealtad a lo que somos
Los viajes, incluso cuando tienen como destino un lugar muy cercano, nos enseñan que no estamos solos y que no somos únicos. Nos acercan además a realidades personales que no hemos vivido como individuos. Un ejemplo es el de los hispanohablantes que viven en territorios con una lengua oficial distinta al español; nos toca muy de cerca el caso de los dominicanos que residen en los Estados Unidos.
Se convierte en una experiencia enorgullecedora el poder apreciar cómo la apabullante influencia externa de otra lengua los motiva a convertir su lengua materna en el territorio de la libertad, de la expresión o de la afirmación de su propia identidad cultural. Para los que disponen de la formación familiar y cultural necesaria, el español se convierte en un instrumento de identificación personal y social. Es lo que conocemos como lealtad lingüística.
He disfrutado de familias dominicanas, en comunidades angloparlantes, que hacen un esfuerzo consciente y gustoso por el mantenimiento de su anclaje cultural con lo que le es propio. No significa esto enclaustramiento o falta de comunicación con la realidad en la que viven día a día. Al contrario, afianzan la conciencia del valor de su propia cultura y de su propia lengua. Su aprecio por la lengua española les permite expresar orgullosamente lo que son y de dónde vienen. Esto los impulsa a llegar más alto sin dejar de tener los pies y el corazón muy bien anclados en sus raíces.