Esto es lo que hay


Tengo que reconocer que el verbo haber acumula dificultades. El inconveniente más evidente es el ortográfico: la h y la b nos causan a veces sus problemitas. Sin embargo, los errores más frecuentes los encontramos, sin duda, en la utilización de haber en expresiones impersonales. En ellas haber expresa la presencia de aquello que indica el nombre que lo sigue en la oración:  Hay café en la taza. En este uso, muy importante y aparentemente simple, hay dos escollos que repetimos una y otra vez, pero que son muy fáciles de salvar.

El primer error consiste en hacer concordar en número el verbo con el sustantivo que lo sigue. Leemos y oímos muy a menudo, por ejemplo, Hubieron muchas personas que llegaron tarde, cuando lo correcto es Hubo muchas personas que llegaron tarde. Debemos mantener el verbo en singular puesto que el sustantivo que lo sigue no funciona como sujeto sino como complemento directo.

El segundo error, muy parecido al primero,  lo cometen quienes utilizan haber con la primera o la segunda persona. Cuando de oraciones impersonales se trata, solo debemos utilizar el verbo haber en las formas de la tercera persona del singular: hay, hubo, habrá, había, habría, haya hubiera, hubiese; por lo tanto, expresiones como *Habemos muchos que llegamos a tiempo son incorrectas y podemos evitarlas si prestamos un poco de atención. Ya sabemos que la expresión correcta, tanto oral como escrita, nos exige cuidado, pero también nos ayuda a comunicarnos mejor y habla bien de nosotros. 

Mejores y peores hablantes


            Una de mis lectoras me proporcionó hace unos días el gran placer, tan raro en estos días, de recibir una carta manuscrita, unas páginas escritas a mano con esmero y corrección. En ellas manifiesta su interés por conocer en qué país hispanohablante se usa nuestra lengua con mayor corrección. Por supuesto se trata de una materia que está sujeta a opiniones muy diversas. Y es eso, una opinión personal, lo más que les puedo ofrecer.

            Hace años se consideraba que el español que se hablaba en España era el más correcto. Este punto de vista eurocentrista se ha ido superando poco a poco gracias a un conocimiento más profundo de las muchas variedades del español que se hablan en el mundo. La tendencia actual es la de considerar al español una lengua policéntrica; es decir, una lengua en la que la norma culta no es única, sino múltiple. Son los hablantes cultos los que establecen la norma, la expresión de nuestra lengua que se considera correcta y de prestigio. Con frecuencia los hablantes acuden a las academias de la lengua para consultar sus dudas. Para las respuestas se trata de ofrecer como modelo la norma culta panhispánica.

            Comparar los grados de corrección de los hablantes de distintas zonas me parece descabellado. En todos los países habrá hablantes bien formados, conscientes y preocupados por mantener una expresión lingüística correcta y en todos los países habrá, desgraciadamente, hablantes a los que preferiríamos no escuchar y escritores a los que preferiríamos no leer.

Nuestra lengua vale un potosí


En nuestra lengua el nombre propio se reserva para designar a un ser único, mientras que el nombre común se extiende a aquellos seres o cosas que pertenecen a una misma clase. Cuando lo escribimos marcamos la diferencia entre ellos con el uso de la mayúscula inicial para los propios y la minúscula inicial para los comunes. Sin embargo, cuando los hablantes jugamos con la lengua, estas categorías pueden intercambiarse y así lo refleja la ortografía.

Los nombres comunes pueden convertirse en propios. Dejan así de lado su significado léxico para identificar a una persona concreta; de hecho, muchos nombres de persona tienen en su origen un nombre común: Rosa, Victoria, Patria, Ángel.

El camino inverso recorren los nombres propios que se usan como nombres comunes. Un nombre propio se carga de significado léxico, deja de nombrar a un solo individuo y pasa a nombrar a toda una clase. Si queremos referirnos a la crueldad de alguien decimos de él que es un nerón, por alusión al emperador romano Nerón; si, en cambio, hablamos de una mujer que se muestra arrepentida, nos referimos a ella como una magdalena, por el personaje evangélico; también se inspira en el Evangelio el uso del sustantivo judas para designar a quien es traidor o desleal.

Los nombres de lugar también dan mucho juego, especialmente para designar a los productos que se originan en ellos y que han adquirido cierta relevancia; bebemos jerez o rioja –vinos cuya procedencia está en la ciudad de Jerez o en la región de la Rioja–, comemos camembert –queso cuyo originario de la ciudad francesa de Camembert– o, mucho mejor, cabrales –queso elaborado en el concejo asturiano de Cabrales.

Nuestra lengua vale un potosí –de Potosí, la ciudad minera boliviana de riqueza proverbial–; conocerla es valorarla y respetarla.

Madrid y Galdós


Este año conmemoramos el centenario del fallecimiento de Benito Pérez Galdós; un año que se ha vuelto aciago, pero que debe seguir siendo el año Galdós. El tiempo de cuarentena nos va a permitir dedicarle el mejor homenaje. Leer, o releer, su obra.

Por larga que la cuarentena llegue a ser, no será bastante para la inmensa obra de Galdós. Yo me he propuesto releer las diez novelas reunidas por Cátedra en este ejemplar.

En noviembre aproveché para visitar la extraordinaria exposición que le dedicó la Biblioteca Nacional de España.  

Paseé por las calles madrileñas, me perdí en el Retiro, me comí un par de buñuelos de batata y me bebí más de un par de vermús.  Y ahora esas vivencias rebrotan en cada página galdosiana. En ningún sitio hay más Madrid que en ellas. Con sorna, perspicacia, crítica y pasión todos los Madriles salen a escena; como en esta cita de Misericordia que encontré grabada en el pavimento de una de las calles del antiguo Barrio de las Musas:

«Dos caras tiene la parroquia de San Sebastián, dos caras que seguramente son más graciosas que bonitas: con la una mira a los barrios bajos, enfilándolos por la calle Cañizares; con la otra al señorío mercantil de la plaza del Ángel». 

En esa misma iglesia donde están enterrados los restos de Lope de Vega. 

Y Madrid los despidió a los dos, a Lope y a Galdós, como solo Madrid sabe hacerlo. A nosotros nos queda leerlos y releerlos hasta que recobremos el placer de andar y leer. Algún día recordaremos que la iglesia de San Sebastián es una encrucijada literaria digna de una novela galdosiana.  

Libros empolvados


En estos días de confinamiento muchos estamos aprovechando para limpiar y ordenar; limpiando y limpiando, hemos llegado a los libros. 

Ahora que #andaylee es mucho más lee que anda, además de leer los libros, debes prestarles un poco de atención a tu biblioteca personal, cualquiera que sea su tamaño. 

Para la limpieza cotidiana, plumero o aspiradora para el polvo; para la limpieza profunda de estos días (que debe repetirse cada dos o tres meses), paño seco por todo el exterior (podrías intentarlo con una brocha que reserves para estos menesteres) y un hojeado rápido para desprender el polvo de los cantos de las hojas. Si hace tiempo que no los sacudías, te aconsejo que uses alguna protección contra el polvo para ti mismo. Si el ejemplar tiene una cubierta de material satinado, podrían probar a pasarles un paño ligeramente húmedo y dejarlos secar antes de recolocarlos. 

Cuando los libros, perfectamente aseaditos, vuelvan a su librero, es importante que los coloques con holgura, de pie, para que puedan mantener su forma y la encuadernación no sufra.

Procura que no les dé directamente el sol y que estén protegidos en la medida de lo posible de la humedad. Como en estas tierras caribeñas se hace difícil, puedes contrarrestarla con pequeños saquitos llenos de jabón de cuaba rallado o de arroz. Son muy útiles en libreros cerrados, pero, si el tuyo no lo es, prueba a colocarlos entre los libros y en la parte de atrás, entre el libro y la pared o la parte trasera de la estantería.  Ayuda también el bicarbonato si quieres mantener a raya el holor a humedad. 

Si quieres más detalles y consejos práctico, te recomiendo la publicación de @JulianMarquina «Diez consejos para mantener en perfectas condiciones los libros de biblioteca personal». 

María Moliner


Los autores de diccionarios tienen dos destinos. El destino más ingrato logra que sus nombres se pierdan entre las páginas de sus obras. El destino más glorioso convierte sus apellidos en el nombre del propio diccionario.

Así le ocurrió al lexicógrafo italiano del siglo XV Ambrosio Calepino: durante siglos se les ha llamado calepinos a los diccionarios latinos. Al mejor diccionario ideológico del español se le conoce como el Casares, en honor al apellido de su autor, Julio Casares. 

El irrepetible Diccionario de uso del español es conocido por el María Moliner. Los que amamos los diccionarios tenemos una deuda de gratitud con Doña María Moliner.

Los que amamos los diccionarios tenemos una deuda de gratitud con Doña María Moliner. Nació con el siglo XX, se atrevió a marcar el camino en años muy difíciles y, con su valentía, nos dejó el listón muy alto. María Moliner en una carta dirigida a bibliotecarios rurales nos dejó estas frases que hoy comparto con ustedes:   

«No será buen bibliotecario el individuo que recibe invariablemente al forastero con palabras que tenemos grabadas en el cerebro, a fuerza de oírlas […]: “Mire usted, en este pueblo son muy cerriles; usted hábleles de ir al baile, al fútbol o al cine, pero… ¡a la biblioteca…!”. No, amigos bibliotecarios, no. En vuestro pueblo la gente no es más cerril que en otros pueblos de España ni que en otros pueblos del mundo. Probad a hablarles de cultura y veréis cómo sus ojos se abren y sus cabezas se mueven en un gesto de asentimiento, y cómo invariablemente responden: ¡Eso, eso es lo que nos hace falta: cultura! Ellos presienten, en efecto, que es cultura lo que necesitan, que sin ella no hay posibilidad de liberación efectiva, que solo ella ha de dotarles de impulso suficiente para incorporarse a la marcha fatal del progreso humano sin riesgo de ser revolcados».

Sobre ella y sobre su vida, honesta e impresionante, se ha escrito mucho, incluso protagoniza una obra de teatro.

El mejor homenaje que todos podemos hacer, y nos vendrá muy bien además, es conocer su diccionario y aprovechar toda la sabiduría que nos dejó entre sus páginas.